Fabricante de abismos
Autor: | Rincón Cardona, Michelle Alexandra |
Por Juan Gustavo Cobo Borda Desdibujarse, desaparecer: Este primer libro de Michelle Rincón tiene el encanto de la discreción. De no afirmarse rotunda sino permitir que pocas líneas surjan, fluyan y la inviten a navegar en un doble océano. El de la realidad que golpea y fatiga y el del sueño que sugiere un rumbo. Reconocer inapelable todo cuanto ha perdido pero en lo fragmentario aferrarse a un ancla, a una tibieza, a un fugaz rayo de luz. O quizás la alegría enrevesada de un paso de tango. Pero el desaliento es gris y crecen las ausencias. Lo que se evade y no retorna. Así esta poesía, en muy pocas líneas insinúa un mundo. Sustracción y no exceso. El de quien siente la plenitud inalcanzable y sin embargo se empecina en su rescate, sabiéndose extranjera. En todo viaje afectivo obtiene nuevos tesoros pero siempre le falta alguno. Por ello recurre a la poesía, ala, vuelo, ventana abierta a los fantasmas que brillan pero son también inalcanzables. Barco, tren, el viaje se torna memorable pero las pocas líneas atestiguan una depuración y un llamado, entre la soledad y el insomnio. El vino frio en la nevera. Una voz que crece en el silencio y no flaquea en el sentimentalismo. Se abisma en su indagación soberana. Rige un reino y conquista el dominio de su expresión, que se destiñen el recuerdo y deambula entre los escombros. Pasiones que se congelan en una memoria inconsolable. Lo mas real, el sueño mas tangible, se desvanece y nos deja apenas este saldo ardiente que indaga en su alfabeto. Lo que tocamos y poseímos es ahora niebla y fugacidad. Fotos yermas. “Ya no soy yo /la vida/ que te acosa /Ya no eres tu /la muerte /que resisto”. Cenizas de los epitafios, trazos en las tumbas, lugares que se desmoronan y el vuelo, en alguna forma redentor, de este periplo iniciático. Su peregrinación a una hondura sensible, a la búsqueda, entre otras voces, la de la suya por fin inconfundible. Un ejercicio de austeridad y paciencia que bien vale la pena compartir, en su frágil delicadeza, entre flores de cristal y manos despojadas de caricias.