Reseña

Alcancé el “octavo piso” (o noveno, depende como se cuenta) y creo que tengo autoridad para escribir este libro sobre la “tercera edad”. El problema es que no hemos podido escoger una palabra que describa a los viejos o ancianos, un término que no ofenda a los adultos mayores. Para mi es igual que me llamen “anciano”, “viejito”, “abuelito”, “papito” o “adulto mayor”; estoy agradecido con Dios por la vida larga que me ha dado y creo que otros octogenarios estarían de acuerdo también.

He visto un cambio grande en la longevidad de los colombianos durante los 50 años que Beth y yo llevamos en Colombia. Se ha aumentado 20 años, más o menos, según los informes oficiales. Es una bendición para unos y una maldición para otros. Cuando llegamos a Colombia, casi todas las congregaciones estaban formadas de jóvenes y niños. Ahora se ven bastantes “montañas rusas” (como un amigo en Armenia describía a los canosos) en las iglesias, al mismo tiempo que se merman en nuestros páramos. Veo la necesidad de resaltar que el ministerio es para todas las edades y los adultos mayores merecen nuestra consideración.