Reseña

Jairo Bernal es y vive o vuela en la imagen, con todas las imágenes. Su inusual poesía está escrita a golpe de visión y roce de pulgar. El gusto por el retrato y el retrogusto por el dibujo fotográfico más bien difuminado se dispersan por entre estas sábanas de versos frescos, agridulces, sencillos, claros. Llenos de viajes y paisajes, aparentemente tranquilos, verdes o paradisíacos.

Pero no, en el fondo y de todas las maneras hay mucho más.

Por ejemplo, la sorpresa, agazapada en las esquinas de los penúltimos versos o en los giros que como si fueran disparos, lo cambian todo. Porque la vida y sus ciudades no son cosa de mayor importancia. Suelen resultar ajenas y enigmáticas (esta ciudad que habitas/nunca será tuya) y también desoladas, sin acabar, generadoras de tristezas, violencias y amarguras. Las ciudades de Bernal tienen cuerpo definido y alma sensual. Son reales y de la misma forma imaginadas. Son como mucho el sitio intermedio donde yacen los recuerdos imposibles y los que sin remedio, se ven. Lugares sin tiempo repletos de la muy honesta y específica ironía que traspasa edificios, cañerías, metáforas y alusiones. Es una ironía tan amorosa y sentimental como risueña, pícara y descreída, en la que la metafísica se reúne con el ritmo para encontrar erotismo y risas donde parecía haber sólo versos.