Memoria de la Fiesta de San Francisco de Asís en Quibdó
Regocijo de FE, CULTURA Y CIVISMO, que alegra y cohesiona a los chocoanos
Autor: | Palacios Mosquera, Omar |
PRESENTACIÓN
El espíritu franciscano que reviste a todos los habitantes de Quibdó nace de la matriz franciscana de la ciudad, engendrada por los misioneros que en el siglo XVII, en una fecha que no se precisa y por nombres que no se recuerdan, lideraron la construcción de sus primeros ranchos y de su rústica capilla; fue cuando se trasladaron con sus trebejos chamuscados los sobrevivientes del ataque que hicieran los indígenas al poblado de san Francisco del Atrato, fundado en la confluencia del Atrato con el río Andágueda, en lo que fuera la primera fundación hispánica del pueblo de Lloró.
Allá nacieron dos villas: Lloró que renació de las cenizas, y Quibdó que buscó un destino más tranquilo en la confluencia del río Quito, del río Cabí, de la Yesca, del Caraño y del Munguidó. Allí tejió desde un comienzo su vocación de puerto fluvial, de punto de encuentro, de portón abierto entre la selva y el mar.
Durante los primeros siglos en que la pequeña aldea ribereña vivió el sopor de la colonia y los sueños siempre fallidos de los enclaves mineros, fue la fe religiosa la que sostuvo su alma. Sitio de penetración para la colonización cultural y económica del territorio chocoano, era también el punto de partida para la misión cristiana que buscaba evangelizar las almas de los “indios” y redimir el corazón de los “negros”.
La misión de los franciscanos que en el siglo XVIII sembró a San Francisco de manera definitiva en el corazón de los quibdoseños, ignoraba los laureles que su sencillo mensaje alcanzaría para la posteridad. En el alma de los conquistados enraizó el espíritu de Francisco por su bondad innata, su sencillez genuina y su pobreza integral. Tal ha sido el pueblo chocoano. Eran por tanto almas gemelas las que se encontraron y por eso perdurará por siglos esa herencia espiritual.
Buscaban los misioneros redimir a los africanos y su descendencia del apego a la fiesta, de la sensualidad material, del goce vital que enaltece sus cuerpos y sus espíritus. Pero nunca pudieron lograrlo, porque la dimensión festiva de la fiesta patronal tiene el sabor único que la madre africana sembró en sus hijos, unida al espíritu tradicional del catolicismo hispano que aprendieron los chocoanos. Es esa conjunción de paganismo y misticismo lo que hace única a las fiestas de San Pacho.
Acercarse a las fiestas con el espíritu siempre humilde y servicial con que lo hace Omar Palacios Mosquera, es una de las mejores maneras de rendir tributo a esta enorme herencia ancestral que han dejado los mayores en manos de las nuevas generaciones. Apreciar su estructura actual, validar sus expresiones culturales, comprender sus rituales religiosos, valorar sus apegos barriales, entender sus dones y sus singularidades, solo es posible a cabalidad si se hace un acercamiento histórico a los momentos únicos del siglo XX, con sus personajes y sus iniciativas, que hicieron posible llegar a hacer grande lo que en sus inicios fue tal vez solo una pequeña costumbre anual pueblerina.
Valorando la herencia de los ancestros es como se puede entender que esta fiesta haya alcanzado la grandeza que ahora le reconoce la nación y la humanidad entera. Ese es el mérito de la obra que tenemos entre manos. Vaya para el autor un cumplido por su compilación minuciosa y para el lector una invitación a nutrirse de la riqueza del alma quibdoseña.
Pbro. Napoleón García Anaya