Reseña

Este texto está hecho de placeres fragmentarios y exige que el lector los disfrute desde el momento de asumir o repartir sus barajas iniciales. Quiero decir: sus páginas. Por esto, el libro puede ser un naipe y quizá su máxima autoridad es el azar. Su tiempo es diacrónico y sincrónico. Su narración sucedió y sucede. Sus personajes, en el Sinú diestro y siniestro, son, fueron y siempre permanecen. No se prosterna ante ningún género, pues es libre de utilizar en su lenguaje desde la crónica hasta la poesía, aunque como estructura es una novela. Narra como le sale de las entrañas, o como lo obliga una fuerza cuya expresión cenital es el misterio. Escribirlo fue un mandato. Pero su material era selva inacabable.
Por ello, el texto se alimentó de agua de río, cuando era pureza y descendía de las montañas del sur; de hojas ácidas y de cogollos irritantes. También de una mitología o de una cultura que no conoció a los griegos, pero que adquirió y practicó un vasto conocimiento; que utilizó el cero, ejerció la ingeniería hidráulica e inventó un calendario que posee una escalofriante exactitud no propia de mortales. También, lógico, de las voces sabias de los viejos, que desde pequeño han alimentado al narrador, a los narradores. Y también, como es de colegir, de una tradición escrita, ya deuda irreversible, que atrapa en sus textos las destrezas, las imaginaciones y los saberes de los más talentosos poetas y prosistas de la América hispana.