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ISBN 978-958-46-2362-1

Ecos del Ayer
La Colina del Viento en Anécdotas

Autores:Vélez Correa, Fabio
Ocampo Correa, Germán
Editorial:Vélez Correa, Fabio
Materia:500.9 - Historia natural
Publicado:2013-05-06
Número de edición:1
Número de páginas:206
Tamaño:19 cms.x11 cms.cm.
Precio:$20.000
Encuadernación:Tapa blanda o bolsillo
Soporte:Impreso
Idioma:Español / Castellano

Reseña















ECOS DEL AYER
La Colina del Viento en Anécdotas










































































Germán Ocampo Correa
Fabio Vélez Correa




ECOS DEL AYER
La Colina del Viento en Anécdotas


















































Título: ECOS DEL AYER.
La Colina del Viento en Anécdotas

Autores: Germán Ocampo Correa
Fabio Vélez Correa

Primera edición: Abril de 2013

Ilustraciones: Javier Guevara Alzate (Hur Delfín)
ISBN:

Edición: Fabio Vélez Correa

Diagramación: Guillermo Panesso Bonilla

Impresión y Terminado:
La nueva editorial
Tel. 8845526
Manizales – Caldas – Colombia
























A todas las personas que tienen una sonrisa para las situaciones simples y descomplicadas de la vida y que perciben en la sencillez, la clave de la felicidad.































































PRÓLOGO

C
uando hace algunos meses Fabio Vélez Correa me propuso la idea de escribir un libro sobre anécdotas de los personajes de nuestro pueblo, y de manera conjunta, sentí una gran alegría. Primero, por sentirme muy honrado con su iniciativa. Segundo, porque aquella proposición se constituía para mí en un inmenso reto literario, porque como es obvio y me consta, que desde hace varios años Fabio viene trabajando denodadamente en todo cuanto tiene que ver con la historia fulgurante de nuestra aldea y precisamente, el anecdotario, no se queda atrás, porque ha venido coleccionando pacientemente, muchas historias divertidas de distintos personajes y situaciones a lo largo del devenir del acontecer del municipio.

Por mi parte, yo he coleccionado algunas, más por diversión, que por otra cosa, porque se constituyen en reflejos existenciales que retratan el ingenio de muchos habitantes. Comprendida así, la anécdota es un chispazo de vida que rompe, casi siempre, la aridez de la monotonía cotidiana. Hay que tomarse el tiempo, por ejemplo, para sentarse distraídamente en el Bar Central o en el negocio de "Teté", donde los felices contertulios dan rienda suelta a su imaginación, cuando en medio del ocio juegan cartas distraídamente y de esa misma forma "disimuladamente" van brotando las anécdotas resanadas algunas, exageradas otras, sobre los aconteceres y personajes que hacen esa otra historia: la del gracejo, el chiste oportuno, la frase improvisada que mueve a la hilaridad de los improvisados contertulios.

Dicen los viejos y hay que creerles, qué tal que no, si ya somos ellos, que lo único rescatable de la existencia, casi al final del viaje, es el barullo de la risa por un recuerdo que aún brilla en nuestra mente por lo cómico del suceso. Somos tan trascendentales, a veces, y tan mesuradamente sociales, que una gota de humor, vertida en el instante preciso, se convierte en un oasis, en medio del desierto general, en el que se ha tornado nuestro mundo. Y lo digo con pleno conocimiento de causa, porque los personajes dicharacheros, esos que se acompañaban siempre del replique ingenioso, han ido desapareciendo y los pocos que aún nos quedan, se mueren silenciosamente en un mundo de orfandad, en un tumulto de incomprensión, porque ya no tienen los palcos atestados de público improvisado a los que ellos se dirigían; ya no tienen otros similares, que coincidan con el sarcasmo, con el ingenio al comparar una situación con otra, para señalar un hecho, o un simple chisme, al que pueden sacarle jugoso partido.

Por eso creo, que este libro es también un homenaje a su ingenio; un reconocimiento a su duendesca capacidad de reírse de sí mismos a través de sus chanzas... por eso la idea de mi amigo Fabio Vélez, me entusiasmó tanto que adicionalmente, ya le había hecho un prólogo, al muy egoísta, que pensaba publicarlo solo sin llevarme en el barco de su aventura. Pero me dio la oportunidad de incluirle las mías y fue así como nos enfrascamos en un duelo literario de risas permanentes, cuando compartíamos las anécdotas y nos dimos cuenta que coincidimos en muchas y desconocíamos otras, entonces, las fusionamos y las complementamos. Fue un ejercicio lúdico y el más divertido que he realizado al escribir un libro, además que uno de esta magnitud, rompe los esquemas de lo tradicional y manda al formalismo de paseo.

Me emociona que este libro aparezca justo en un momento de quiebra social, porque las nuevas generaciones, no aprecian este tipo de humor. Es tan "snob" su sentido de lo cómico que ha llegado a convertirse en "perverso", porque la gran mayoría prefieren los "locos videos", esos de caídas torpes, de saltos y totazos con pérdida de sentido incluido; animales grotescos asumiendo comportamientos contrarios a su naturaleza... lo que es inmensamente "divertido" ahora, lo único que muestra es ese lado oscuro de la crueldad y la maldad que llevamos en el interior y en nuestro tiempo, aflora sin ningún recato o vergüenza en las redes sociales y en la televisión.

Las anécdotas, por el contrario, se alejan del doble sentido y del chiste burdo, aunque algunas lo parezcan, pero no lo son, señalan situaciones vividas con ingenio, así sean las más comunes e intrascendentes, como las de mi padre Alfonso Ocampo Berrío, todo un monumento al humor, aún en las situaciones más tensas, como aquella, cuando su segunda esposa, Magnolia, se acercó muy alarmada para decirle:– !Alfonso, Alfonso¡... me huele a corto, algo se quema. Mi padre inspiró para percibir el olor y contestó: – A mi me huele es a largo.

En las cosas simples de la vida habitan las grandes y es el humor, el último refugio de los seres humanos, cuando en la "edad de los nuncas", expresión que utilizaban los aztecas para referirse a la vejez, cuando los viejos comenzaban a murmurarse y a conversar consigo mismos porque ya no eran escuchados por los otros. Es en esa edad justo, cuando el recuerdo de las cosas grandes cobra sentido y vienen envueltas entre la niebla del tiempo, amarraditas con una cuerda de buen humor... una anécdota de ayer, que nos refresca y nos saca del sopor de esa realidad, tan a menudo, amarga.

Germán Ocampo Correa




























INTRODUCCIÓN

E
n la vida del hombre se presentas situaciones humorísticas y serias que, aparentemente, no representan mayor cosa en su desenvolvimiento existencial, pero que sin embargo, se convierten a la larga en una radiografía clara y explícita de su real valía como ser humano.

Son situaciones tan sencillas y descomplicadas, que apenas si nos dejan en los labios la dulzura de una sonrisa y en el alma, una ligera huella de compresión y fraternidad humana.

Hemos pretendido con Ecos del Ayer. La Colina del Viento en Anécdotas, rescatar de los recuerdos y de las conversaciones diarias esos apuntes sueltos, que si bien no reflejan al genio, se presentan como la singular visión de la vida de un puñado de seres que quizá no hayan hecho historia especial, pero que no obstante, repercuten con eco sonoro al través de sus anécdotas.

Debemos anotar que en ningún momento ha sido nuestra intención, ridiculizar o satirizar determinadas situaciones vivenciales, consignadas en algunas anécdotas; al contrario, las estamos realzando y situando en un plano superior, porque hemos considerado siempre que todos –sin excepción–, tenemos bajo nuestra careta de seriedad y complicación, a un bufón que ríe y goza de la vida, por encima de los convencionalismos y falsas imposturas sociales.

Con Ecos del Ayer. La Colina del Viento en Anécdotas queremos estrechar, en fuerte abrazo, a nuestras gentes, brindándoles el cariño y afecto que siempre han brotado de nuestras almas, como raudal incontenible de fraternidad

Fabio Vélez Correa



































































AGRADECIMIENTO

A
unque las situaciones vividas en Ecos del Ayer. La Colina del Viento en Anécdotas son propias de un puñado de seres amorfos, apenas definidos en sus anécdotas, que nos hemos atrevido a rescatar colocándoles nuestra propia visión, respetando la esencia de las mismas, es importante anotar que debimos asesorarnos de varias personas quienes pusieron a nuestro servicio, el prolífico caudal de sus recuerdos de experiencias propias o ajenas vividas.

Son, entre otros, Jaime Correa, Carlos Santa, Edelberto Acevedo, Mario Usma, Alfonso Vélez, Germán Vélez, Edison Ríos, Alonso Palacio, Fernando Valencia, Fernando Román, Gerardo Álvarez Quiceno y Herman Correa.

Merece especial agradecimiento, Javier Guevara, el popular Hur Delfín de los años 70 del siglo pasado, dibujante a cuyo cargo estuvieron las ilustraciones que ejecutó con mucho arte y singular sentido humorístico.

A todos ellos vaya nuestro reconocimiento y gratitud.

Los Autores









































































DE CURAS…



FABRICIANO Y EL PADRE OSORIO
Además de su afición por la abogacía, Fabriciano Rincón fue un gran cultor del periodismo, actividad que desplegaba a cabalidad desde el periódico “Campanadas”, dirigido y gerenciado por él durante muchos años.
Como tenía un espíritu rebelde y de gran sentido crítico, no fue extraño que en alguna oportunidad hiciera objeto de sus críticas al párroco, Pbro. Venancio Osorio, quien, en un arrebato de ira optó por maldecir al periodista en la Misa Mayor del domingo siguiente, con estas palabras:
– ¡Maldito sea, se le ha de salir la lengua por hablar de las gentes de Dios!
Casualmente, por esos días Fabriciano fue víctima de una angina, enfermedad que le hacía sacar la lengua para poder respirar bien. Las gentes temerosas y crédulas, pensaron al instante que la maldición se estaba cumpliendo, pero finalmente las sacó de dudas el Dr. Gerardo Ramírez, quien les hizo saber que todo era consecuencia lógica de la enfermedad citada.

LA RECOLECTA DE LOAIZA
El padre Justo Pastor Loaiza, fue el sucesor de Herrera en el manejo religioso de la grey risaraldita.
Como era muy emprendedor y de espíritu dinámico y progresista, dio en buscar la forma de cambiar la antigua iglesia (con tres torres y cubierta de zinc exteriormente), por una más moderna y estética… en su mente ya veía alzarse altanera la espadaña de concreto y granito que anhelaba.
Para poder lograr lo anterior, debió, lógicamente, recurrir a sus feligreses, a quienes comunicó su iniciativa, siendo recibida calurosa y positivamente.
Un domingo cualquiera mientras celebraba la Santa Misa, salió a recoger la limosna el Padre Leonel Alzate, su Coadjutor y como Loaiza viera que los fieles solo echaban en la ponchera monedas, y nada de billetes, aprovechó la hora del sermón para subir con la ponchera al púlpito que existía en medio de la iglesia, y pronunció las siguientes palabras, con voz dura y ofendida:
– Gentes de Risaralda, ¿Ustedes creen que con estas monedas se va a levantar el frontis de La iglesia?, ¡no me crean tan bobo, infelices!
Ya terminado este chaparrón oratorio, cogió la ponchera y vació su contenido por los cuatro costados del templo, produciéndose un alegre tintineo de las monedas sobre el suelo de cemento y una gran estupefacción en los rostros de los feligreses.
Después de aquel domingo memorable, aumentó la recolección de billetes y mermaron las monedas... y el padre Loaiza pudo ver materializado su sueño, el nuevo frontis de la iglesia, presidido majestuosamente por la imagen blanca de la Inmaculada Virgen María.

RAMÍREZ Y EL BAUTISMO
Cierto día se acercó un matrimonio hasta la iglesia con el fin de bautizar su hijita, recién nacida.
Cuando todo estuvo dispuesto para la ceremonia religiosa, el Padre Edelberto Ramírez, Párroco de Risaralda entre 1958 y 1964, inquirió a los padrinos por el nombre que iría a ostentar la criatura, a lo cual se le respondió:
– Padre, se ha acordado que se le llame Aurora de las Nieves.
Ante semejante nombre, poco acorde con la pigmentación de la piel de la niña (quien era de raza negra), el Padre Ramírez comentó, entre sarcástico y racista:
– A esta niña debieran de haberla colocado “Cera de Abejorro”.
Una ligera sonrisa burlona se estampó en el rostro de los presentes y el estupor y el desagrado imperó en los familiares de la bautizada.

UN NOMBRE ENREDADO
Se acerca un día don Carlos Santa al Padre Félix Ríos, Párroco entre 1977-1981, para consultarle sobre la escritura correcta de un nombre confuso y complicado. Y el Padre, al observarlo exclama:
– Primera vez que veo ese gallinazo en jaula.


EL GENIO VIVO DEL PADRE HERRERA

En el año de 1935, arribó a Risaralda como nuevo párroco el Padre Juan de J. Herrera en reemplazo de Pbro. Venancio Osorio.
EL Padre Herrera era bajo de estatura, robusto, ágil en el movimiento y caminaba con pasos ligeros. Su rostro blanco, permanecía colorado; poseía unos ojos pequeños y vivaces, que mantenía en continuo movimiento; de labios delgados y finos; era calvo en la parte superior del cráneo.
De genio vivo, se revolvía furioso cuando algo le disgustaba; en cambio, era muy formal y agradable cuando estaba de buen humor.
Su espíritu dinámico y emprendedor; su genio vivo y su acendrado afán moralista, produjeron más de una anécdota que hizo fama dentro de la picaresca local.
Es fama que no consentía, en ningún instante, la presencia de parejas de enamorados en la iglesia. Cuando lograba detectar algunos novios, se encendía su rostro por la ira e inmediatamente, en medio de un gran escándalo, los hacía retirar del templo, mientras les gritaba voz en cuello:
– ¡Fuera, canallas, infames!

EN LAS PROCESIONES
En las procesiones, era obligación que tanto los hombres como las mujeres, marcharan a ambos lados de la calles sin mezclarse.
Cuando en medio del silencio respetuoso de la procesión, empezaban a escucharse los murmullos de las señoras, el Padre Herrera comenzaba a golpear con sus manos el misal que portaba, a la vez, que decía:
– Silencio señoras... Silencio señoras...
Si el murmullo continuaba, inmediatamente se rompía la paciencia del levita y con gran vozarrón, exclamaba:
– ¡Silencio, viejas vagamundas!
Y se hacia el silencio.
A quienes estaban más cerca de él, les descargaba dolorosamente el libro sobre la cabeza.

EN LA INAUGURACIÓN DE “LA GRUTA”
Cuando se inauguró “La Gruta”, obra arquitectónica en honor a la Santa Virgen María, en regia ceremonia el 8 de diciembre de 1942 y localizada en la salida para Anserma, todo el pueblo asistió al evento.
Cuando se iba a iniciar la programación, logró detectar el Padre Herrera a Ramón “Níspero” (se desconoce el apellido), parado en la parte superior del monumento y para mayor desgracia, con el sombrero puesto; la ira no tardó en enrojecer el rostro del sacerdote, quien explotó así:
– ¡Quitate esa gorra, montañero y bajate de allá!
Al instaste, “Níspero” desapareció como por encanto, en medio de la mirada inquisitiva de los circunstantes.



UN “CHASCO” DE SEMANA SANTA
El Padre Herrera acostumbraba traer predicadores para la Semana Santa.
Un año cualquiera trajo uno muy bueno desde Cali; era Carmelita y de gran iniciativa y quiso darle una sorpresa al Padre Herrera, para lo cual conversó con Zeno Henao y un amigo, a quienes les encargó que durante el sermón de las Siete Palabras, se subieran al encielado y desde allí, lanzaran papeletas y luces de bengala, en el momento en que muriera Cristo.
Todo marchaba bien. El predicador conmovía a los feligreses con sus palabras bíblicas y el Padre Herrera se dedicaba a recorrer el templo recogiendo la limosna. En un momento cualquiera, le dio por mirar hacia el cielo raso con tan mala suerte para nuestros amigos, que los descubrió, ahí mismo explotó;
– ¡Bájense de allá, infames, canallas! ¡Qué están haciendo allí, “niguateros”!
La solemnidad del sermón se rompió bruscamente. Cuando hubo finalizado, el Padre Herrera debió pedir excusas, de rodillas, al Predicador.

EN LAS ROMERÍAS
Cuando el padre Herrera programaba las romerías -visitas pastorales al campo-, el entusiasmo y la animación cundían en las gentes, era como si se fuera a celebrar una festividad cívica.
Al acercarse el día de la anhelada visita, los fieles se disponían a atender al levita como se lo merecía. Como en esos tiempos la generosidad aún campeaba en las costumbres del pueblo, no era extraño que las recolectas que lograba el Párroco fueran ricas y abundantes.
Por ello no fue extraño que el Padre Herrera, conocedor de ese espíritu generoso y colaborador de su feligresía, dispusiera de un coro especial que al acorde de las notas alegres de un acordeón, ejecutado magistralmente por Santos Soto (su corista), introdujera su presencia en las distintas veredas con esta copla:

Risaralditas llegó el momento
en qué buena ofrenda deben de dar;
si no dinero, joyas preciosas;
muy generosos van a ser hoy.

LA “METIDA DE PATA”
Antes de convertirse en segundo Párroco de Risaralda, el Padre Herrera había ejercido su ministerio sacerdotal en la población de Quinchía, donde era famoso por su afición a las cabalgaduras de buena raza.
Como todos los pueblos, Quinchía también tenía sus nombres curiosos y hasta chistosos, para referirse a sus distintos accidentes topográficos, destacándose una famosa cuesta muy empinada, a la cual se conocía con el curioso nombre de “Calzones”.
Pues bien, valgan las explicaciones anteriores para justificar la presente anécdota. Se encontraba el Padre Herrera en el púlpito de la iglesia de Risaralda, hablando a sus feligreses, muy numerosos por cierto, en la misa de Diez o Mayor y les hablaba a manera de comentario sobre incidencias de su vida sacerdotal en Quinchía; de pronto, en lo más solemne de la homilía, cuando todas las gentes estaban en absoluto silencio y explicaba una salida al campo para realizar una confesión, exclama:
— Bajando y subiendo “Calzones”, se me paró el macho.
La carcajada fue general y hasta allí llegó el sermón, porque el Padre Herrera no fue capaz de controlar el estallido eufórico que despertó con tan fenomenal “metida de pata”.

EN CONTRA DEL PASTOR
Era tal el celo religioso del Padre Herrera y su afán de defender la doctrina Católica, que un día en que apareció por el pueblo don Avelino Bermúdez con dos compañeros, predicando el Evangelio, pero lógicamente por cuenta de una secta Protestante, mandó a llamar a la policía para que los sacara del pueblo, mientras que hacía acompañar el destierro con las notas musicales que manaban de la trompeta de don Carlos Gutiérrez, y exclamaba con vos de trueno:
– ¡Fuera, fuera infames! Ustedes no tienen autoridad moral para predicar la Palabra Divina.



EL “BUBÓN” DEL PADRE HERRERA
José de los Santos Soto, fue el corista de la iglesia durante el tiempo que fue párroco el Padre Herrera; tenía la virtud innata del pueblo antioqueño de hacer versos o coplas, en tono humorístico y en ocasiones, serios.
Cierto día le apareció al Padre Herrera un “bubón” o flemón en un dedo del pie derecho. Santos Soto, ni corto ni perezoso le compuso las siguientes coplas:

El dedo del Padre Herrera,
está en mala situación;
unos dicen que es “huequera”
y yo digo que es “bubón’.

Está en mala situación,
el dedo del Padre Herrera;
unos dicen que es “bubón”
y yo digo que es “huequera”.

POLÉMICA CON EL CORREGIDOR
Cuando Santos Soto viajó de Risaralda al corregimiento de “El Águila” (Valle), para ganarse la vida con un tiple en la mano, el corregidor le prohibió presentarse en público, porque distraería a los campesinos y no mercarían en forma, lo que en cierta forma ocurrió. Los comerciantes reaccionaron contra Santos y lograron la prohibición citada.
Santos Soto tenía amigos personales, los cuales lo invitaron a que actuara en privado. Así lo hizo, prometiendo en el curso de la presentación, editar unas coplas en contra del Corregidor, las cuales vendidas a $ 0.30, le darían más plata “que un menudo de res”, según sus palabras.
De las coplas se recuerda una, burlona y picaresca por cierto, que dice:
En un vil corregimiento,
un asno de corregidor había,
tiraba patas al viento,
relinchaba y se “peía”.


LA “CHISPA” DEL PADRE SALAZAR

APLACANDO AL ORGULLOSO
En 1972 hubo un visita de Supervisores Departamentales al Colegio “Santa Teresita” del corregimiento de San José, donde el Padre Salazar ejercía como párroco y entre los visitantes había uno de color, quien curiosamente era el más orgulloso; después de muchas incidencias durante las cuales demostró su altivez, el Padre lo acalló diciéndole:
– No hermanito, negro ni el caballo porque de noche se pierde.

EL ROBO DE LA EMISORA
El padre Salazar era muy aficionado a los sistemas de comunicación y tenía montada en la parroquia su propia emisora, la cual utilizaba de manera esporádica para llevar sus mensajes de fe a los radioescuchas.
Cuando le robaron la que tenía instalada en San José, denominada “Radio Sideral”, el Padre Salazar tuvo un fuerte acceso de rabia, el cual lo llevó a dedicarle todas las misas del domingo al incidente, presentándose una de sus anécdotas más graciosas y chispeantes.
Ocurre que la casa cural era de dos plantas, residiendo –en ese entonces– el Padre en la superior y la señora del servicio en la primera, donde funcionaba la emisora. Al explicar a sus feligreses el robo, el levita exclamó:
— Cómo les parece, Sofía debajo y yo encima, y no sentimos nada.

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Sobre esta anécdota hay otra versión. El padre no se explicaba cómo habían desaparecido los equipos sabiendo que se encontraban en una habitación contigua a la suya y en la primera planta dormía la sirvienta de la casa cural, a quien llamaba cariñosamente “Conchita”, sin que ninguno de los dos se percatara de ruidos extraños. Consternado por la pérdida de los equipos puso en conocimiento de su superior, el Obispo de Pereira, la situación acaecida en los siguientes términos.
– Figúrese su Excelencia que “Conchita” debajo y yo encima y se nos sacaron el equipo del medio.
Fueron necesarias varias explicaciones posteriores para que el Obispo, inicialmente muy preocupado, y posteriormente muy divertido, entendiera la confusa situación.


CON LOS SERENATEROS
Esporádicamente se realizaban en la población, serenatas de añejo gusto y ligeras remembranzas románticas y folclóricas.
Una de ellas ocurrió en el año de 1969 y, por casualidad en cercanías de la casa cural. Los músicos, ya “achispados” por el aguardiente ingerido, cantaban destempladamente el popular bolero de Roberto Ledesma:

Tú tan alta y yo tan bajo,
y alcanzarte así no puedo.
Tú tan rica, yo tan pobre,
rico solo en sentimiento...

Lógicamente, las voces, el rasgueo de las guitarras y los murmullos de los circunstantes, hicieron desvelar al Padre Salazar, quien al día siguiente las emprendió, justamente enojado, contra los serenateros, con el siguiente sermón:
– Como les parece (frase común para iniciar sus alocuciones), está el pastor dormitando en justa compensación a la labor cumplida y llegan unos sinvergüenzas serenateros a desvelarlo con eso de que...: Tú tan alta y yo tan bajo, y alcanzarte así no puedo. ¡Por Dios!, ¿por qué la que está alto no coge y le tira un viajado de “miados” al que está abajo, para ver si deja dormir?
La sonrisa se estampó en los rostros y fortuna fue que no se produjera una carcajada colectiva, que acabara la serenidad y seriedad augustas del templo parroquial.

CONTRA “CANTARRANA”
En San José, corregimiento de Risaralda, han prosperado deficientemente los lugares de lenocinio, primordialmente por el celo moralista de los sacerdotes, y también en cierta forma, por su reducida configuración urbanística.
En el año de 1972, alguien con gran sentido de la ganancia fácil, estableció una cantina en las afueras del poblado, a unas cinco cuadras del área construida y logró conseguir tres mujerzuelas, extraídas de las zonas de tolerancia de Arauca y Viterbo. A los pocos días, el negocio marchaba sobre ruedas; no faltó el individuo guasón y dicharachero que bautizara el lugar con el rimbombante nombre de “cantarrana”.
Como era de esperarse, el Padre Salazar terció en el asunto, dedicándole varias homilías en las cuales combatía acerbamente el... “incremento de la inmoralidad en el corregimiento...” -según sus propias palabras.
Lo curioso de la campaña moralista, fue que surtió un efecto totalmente opuesto al esperado por el clérigo, ya que con sus diatribas, en vez de contrarrestar el proxenetismo, lo difundió, en una especie de propaganda que hacía inconscientemente, en sus sermones, como en el siguiente, que se le escuchó un domingo:
– ¡Atención, “gallinazos” sinvergüenzas del pueblo!, ha llegado carne fresca y nueva a “Cantarrana”. Son cinco mujeres más de la mala vida a exprimirles los bolsillos a estos tontos que descuidan sus obligaciones en el hogar por dar rienda suelta a los apetitos de la carne. ¡Vayan cochinos a ensuciarse con ellas!
No sobra agregar, que esa noche el sitio se vio concurrido abundantemente por los campesinos y demás individuos que buscaban saciar sus apetitos sexuales.

EL ROBO DE LA GALLINA
En otra oportunidad, compró una gallina fina en Pereira, la cual llevó para su finca localizada en cercanías del matadero de Risaralda. Como no han de faltar las manos ociosas y las ollas vacías para llenar, alguien se robó el ave, con la consiguiente rabieta del sacerdote, manifestada a los cuatro vientos desde los parlantes de la torre parroquial:
— Como les parece, se me robaron la gallina de “La cueva” y me dejaron el gallo en “La horqueta”.
(“La cueva”’ y “La horqueta”, son dos parajes de Risaralda)

EL VENDAVAL VIOLENTO
Un tarde, hace algunos años, se desgajó sobre el pueblo un violento vendaval, de tales proporciones que desentejó varias casas, produciendo el natural aspaviento y temor entre Las gentes. Los sacerdotes de la parroquia, el Padre Torres y el Padre Salazar, no fueron ajenos al mismo, de ahí que el último aprovechara el púlpito durante la misa nocturna, para exclamar con voz trémula y afectada:
— Como les parece, yo veía como las tejas y las hojas de eternit volaban por el aire como plumas mecidas por el viento; el agua penetraba en la cesa cural y mi pensamiento revivía una tormenta a la orilla del mar, hace algunos años, cuando me dirigí al mismo diciendo: “¡Detente, oh mar, detente olas!”. Entonces me dirigí al Padre Torres con temor y le pregunté: – Padre Torres, ¿será éste el fin del mundo?, y el Padre Torres me contestó: – ¡Bendito y alabado sea el Santísimo Sacramento del Altar!

EN LA VEREDA “LA RICA”
Cuando visitó la vereda de “La Rica”, en una de las habituales romerías de fin de año, le fue más bien mal, no sólo económica sino gastronómicamente (fueron malos los recaudos y los alimentos recibidos), por lo cual aprovechó la Misa Mayor del domingo, para pronunciar la siguiente diatriba:
— Como les parece, visito en la romería al más rico de “La Rica” y ¿qué me ofrecen?... una tacita con aguapanela, y una arepa “ojipescado”. Recuerdo que cuando visitaba las veredas, de El Jardín, Antioquia, salían los campesinos a recibir a su Pastor con una buena totumada de leche, y como si fuera poco, una panela para calmar su fatiga.



CON “PACHO SEMANA SANTA”
En la finca que poseía el Padre Salazar el sector del matadero, había un monte con varios árboles, de “dulumocas”. Cuando ocurrió la anécdota que voy a relatar, dichas árboles estaban en la cosecha anual.
“Pacho Semana Santa”, sacristán y sepulturero en algunas ocasiones, se dedicó por esos días a hacer la recolección de “dulumocas” para venderlas en la plaza, llegando hasta la finca del Padre, con tan mala suerte que fue sorprendido por el mismo, quien enojado le dijo:
– ¿Qué estás haciendo sinvergüenza?, ¿por qué estás tumbando las “dulumocas”, no ves que así dañás el monte y se acaba el agua?
“Pacho”, sorprendido, le responde al Cura:
– Oiga Padre, si apenas son unas “dulumoquitas”.
El sacerdote ante esta respuesta, que recibió como una burla, sacó su revólver (arma que tenía para seguridad en la finca), e intimó a salir al invasor, quien le espetó lo siguiente:
– Vea Padre, ¿Usted piensa que a mí me da miedo?, mi abuelo tenía uno de los mismos. Bien pueda “queme”… bien pueda, que a mí se gusta es oírlo “traquiar”.

EL MATRIMONIO
En alguna ocasión se acercó una pareja de campesinos hasta el Padre Salazar, a quien manifestaron su intención de contraer matrimonio. Como prácticamente llenaban los requisitos mínimos para poder llevar avante tal determinación, el sacerdote no puso objeción alguna.
Todo iba bien; la ceremonia adelantaba en medio de la expectativa de los circunstantes y amigos de la pareja. Cuando llegó el momento de la liturgia matrimonial, con lectura de la Epístola de San Pablo y demás, el padre solicitó a los contrayentes las argollas, símbolo de su nuevo estado civil, encontrándose que, por razones desconocidas, no las habían llevado. Inmediatamente, impulsado por la impaciencia y el malhumor, Salazar se dirigió a Gustavo Cañas, quien era el sacristán, con estas palabras:
– Gustavo, vaya a la tienda de la esquina y traiga dos roscas de pandequeso para colocarle a estos dos “zambos”.
La risa incontrolable no se dejó esperar ante semejante salida del levita.

EL GATITO DEL PADRE SALAZAR.
En la casa Cural tenían un gato de color negro que había sido regalado por un campesino debido a la presencia de algunos roedores. El padre Salazar había tomado gran cariño al minino, pero un día no lo encontró. Muy preocupado llamó a su sacristán Albeiro Giraldo para que anunciara por los altoparlantes del templo la pérdida del felino. Albeiro cumplió la orden a cabalidad y los habitantes consternados escucharon el siguiente anuncio:
– Atención, atención. Se ha extraviado el gato de la parroquia y responde al nombre de Michín, se ruega a quien lo haya visto que se acerque y lo devuelva porque es muy buen cazador.


EL GENIO “AGRIO” DEL PADRE TORRES

Son muchas las anécdotas que se quedaron grabadas en los paisanos de nuestra Colina del Viento, del párroco Maximiliano Torres Agualimpia; este padre que estuvo en la parroquia durante los años 1964 – 1970, tenía un genio agrio que se convertía en temible cuando enojado comenzaba a resoplar, además era obeso y poseía una voz ronca y autoritaria.
Muchas personas optaron por no asistir a los oficios religiosos, temerosos del genio del padre que no dudaba en regañar a los asistentes en plena misa y con grandes voces. Algunas mujeres fueron víctimas de su enfado porque fueron regañadas por llevar escotes atrevidos.
Refunfuñaba diciendo que si era que el corte de tela con el que hicieron la blusa no les había alcanzado para tapar sus tetas. Muchas damas incluso, recibieron poncherazos por este motivo.
Cuando recogía la limosna muchos jóvenes fueron víctimas de sus regaños por no darlas. Por ejemplo, cuando del colegio San Joaquín, eran llevados todos los estudiantes el día domingo, en rigurosa formación a participar de la Santa Misa, el padre no dudaba en mirarlos con gesto de enojo cuando ellos, por molestarle, hacían ademanes como si fuesen a dar limosna y sacaban el peine y mesaban sus cabellos, o amagaban justo en el momento en que pasaba el padre y sacaban el pañuelo para secarse el sudor.
En una de esas ocasiones en que varios muchachos se pusieron de acuerdo para tomarle el pelo, en un ataque de ira el padre los espetó duramente, interrumpiendo la celebración de la santa misa, con grandes gritos:
– No dan limosna, pero pa' “pichar” si tienen.

DE RECOLECTA EN LOS MERCADOS DEL SÁBADO
El padre Max, como era conocido en el pueblo acostumbraba a salir todos los sábados, día en el que se realizaba el mercado al aire libre. Se calaba un sombrero de paja para protegerse del sol y con un gigantesco carriel iba recorriendo los negocios y pidiendo dinero a los parroquianos con destino a varias actividades: misiones, arreglos del templo, jornadas religiosas... en fin, cada ocho días, ya fuese el mercado en la plazuela o en el parque de Bolívar (se intercalaban los sitios de mercado), era normal descubrir entre la gente la obesa figura del padre Torres con su sotana negra y su sombrero de paja recogiendo los diezmos.

TORRES Y “CARRIEL VIEJO”
Los choferes de la aldea guardaban una simpatía especial por el padre, a su modo y se divertían con todas sus ocurrencias y sus explosiones de mal humor. Entre ellos había uno llamado Neftalí Zapata, apodado "Carriel viejo", quien gracias a sus ocurrencias y muy reconocido en el gremio.
Hubo una apuesta entre los choferes consistente en que "Carriel viejo" no era capaz de tocarle los órganos genitales al padre Torres, a lo que el atrevido conductor accedió. La noticia se regó como pólvora entre carniceros y choferes que estaban al acecho de la apuesta y de todo cuanto iba a ocurrir.
Cuando el padre Torres recogía las ofrendas llegó hasta "Carriel viejo" y como tenía mucha confianza con él le saludó y le pidió la limosna de esta manera:
– A ver mugre, la limosna de hoy, usted sabe que tenemos varios arreglos pendientes en el templo.
Don Neftali lo miró divertido y fingiendo su voz, con el acento más dolorido le contestó:
– Imagínese padrecito que esta semana no puedo darle ninguna limosna porque no he podido trabajar.
– ¿Y qué te paso hijo?
– Padrecito me cogió un dolor terrible en esta mano y la tengo como paralizada, mire usted como está...
Mientras decía lo anterior, "Carriel viejo" extendió su mano a lo largo de su cuerpo y la dirigió hasta los órganos genitales del cura y hurgó suavemente en la entrepierna. El padre Torres retrocedió impactado como si lo hubiese pateado una mula y salió dando gritos por toda la plaza, mientras llamaba a su cooperador, el padre Salazar.
– ¡Salazar, Salazar!, préstame el revólver que me le parecí a la madre de este "Carriel Viejo", hijueputa.


DE AQUELLOS TIEMPOS

LA TESTARUDEZ DE MARÍA ANTONIA FRANCO
Risaralda, en sus primeros años, inició su vida de pueblo en el alto de Santa Ana. Al mismo tiempo otros colonos empezaron a construir en el sector de La Quiebra de Varillas. Los dos bandos querían, para sí, el privilegio de ostentar el orgullo de ser los iniciadores del poblado, en el sector que ocupaban.
Mientras ocurrían estas luchas intestinas, otros colonos organizaron el verdadero pueblo a ambos lados del camino de herraduras que conducía a Manizales y lo denominaron San Joaquín.
Otro tanto ocurría con la fundación del que sería el corregimiento de San José.
Precisamente por esta época, habitaba en Santa Ana donde tenía su negocio, la señora María Antonia Franco, una de las primeras pobladoras de esa región. La añoranza, el amor propio y cierta nostalgia por el tiempo vivido en el mismo lugar donde tenía establecido su negocio, hicieron que se sublevara contra el nuevo orden de cosas. Cuando los colonos, cuyas casas lindaban con la suya, empezaron a trasladares a San Joaquín María Antonia siguió más firme que nunca donde se encontraba, por algo confiaba en la misericordia de Dios.
Pasaron los días; Santa Ana decrecía, en la misma medida que crecía San Joaquín. Los comerciantes ambulantes seguían haciendo sus negocios cruzando veredas, atravesando ríos, visitando casa por casa en su afán de hacer nuevos clientes y acelerando inconscientemente el desenvolvimiento del naciente núcleo municipal.
Uno de estos comerciantes, don Arsenio Monsalve, llegó con sus mercancías cierto día basta la casa de María Antonia y como era usual en él, le hizo la siguiente pregunta:
– ¿Se mueve mucho este negocio, misiá Toña?
Después de una corta pausa María Antonia exclamó en tono cortante:
– No señor. Entre San Joaquín y San José, se tiraron a Santa Ana.
Estas cortas palabras señalan el gran trauma que sufrió el núcleo habitacional de Santa Ana con la creación y auge posterior del caserío de San Joaquín.

DON AVELINO Y EL TORETE
Durante los primeros años de la creación del caserío de San Joaquín, este carecía de iglesia, por lo cual los auxilios espirituales se buscaban en Anserma.
Cuentan que una vez, muy de madrugada, viajaba para Santa Ana de los Caballeros, don Avelino Grajales, para asistir a la Sagrada Misa y no teniendo más medio para transportarse que su hermoso y robusto cornudo, se montó en él con tan mala suerte, que cuando pasaba por la parte de la plaza se encontró con una hermosa y bien parecida hembra vacuna. El torete no se hizo el remiso en tirar por los aires a don Avelino, tan desafortunadamente que la angarilla, silla común en ese entonces, le sirvió de cabecera por mucho rato. Se levantó pues, don Avelino del lugar donde había caído bruscamente, ¿pero qué?, ya todo había pasado; el torete tuvo su aventurilla y don Avelino, su violenta precipitación, no teniendo más que hacer, alcanzó a decir:
– Ya que me “hicites” perder la sagrada misa, ahora “mesmo” te las voy a bajar.
No dando tiempo a lo que había dicho; cogió al amoroso bóvido y lo ató a un frondoso árbol que había a propósito, y de un solo, tajo se las bajó. Esto le costó al aventurero semoviente, el cual por perseguir a una hembra de su misma especie, no le quedó sino el ardor de la sal que le untó don Avelino y la tristeza de ir al consorcio de otros que habían corrido suerte similar.



DON JOSÉ QUINTERO Y EL PRIMER TELÉFONO
Cuando se instaló la planta de servicio telefónico local, como siempre ocurre con todos los inventos que llegan por vez primera a un poblado, ocurrió en Risaralda una anécdota de antología.
Aconteció que los primeros en comprar tal aparato, fueron don Ricardo López, hombre acaudalado dueño de uno de los almacenes más elegantes en ropa masculina de la población y de una cultura más o menos relevante; y don José Quintero, campesino ignorante venido a negociante por aquellos azares de la incierta fortuna, quien tenía su abundancia en la salida para Manizales.
Pues bien, se le ocurrió a don José inaugurar su teléfono haciéndole una llamada a don Ricardo. Tomó el aparato y habló pero no le contestaban, alguien que observaba la escena, le hizo comprender que tenía el teléfono al revés, puesto en posición, exclamó:
– Oiga, don Ricardo, yo quería preguntarle, para estrenar este aparato, si Usted tenía zapatos “destos”.
Y levantó el pie izquierdo ante el teléfono.
No sobra agregar que don Ricardo desconoció la clase de zapatos que necesitaba don José Quintero.

DON GREGORIO Y LAS CAMISAS
Don Gregorio Ramírez fue uno de los primeros comerciantes en establecer un almacén en Risaralda. En su negocio se conseguían todos los artículos de primordial interés para las gentes de entonces. Como tenía un genio demasiado vivo y a la vez satírico, se creó varios enfrentamientos.
En cierta ocasión penetró a su almacén don Benjamín Vallejo, quien iba a comprar unas telas para unas camisas de sus hijos (era común en esa época que las madres elaboraran las ropas de sus hijo, en los hogares), don Gregorio, quien tenía ya sus años y por ende, una cierta animadversión hacia los muchachos, por las picardías y pilatunas que son usuales en ellos, ni corto ni perezoso se dirigió a don Benjamín con las siguientes palabras:
– Como esos muchachos son muy “destrozones”, compre una piel de novillo y hágales las camisas.
No está por demás comentar que don Benjamín se retiró ofendido del almacén de don Gregorio y nunca más volvió a él.

VIVIANO SIERRA ANTE LA TUMBA DE CÉSAR ITURREGUI
Cuando se fue a efectuar el sepelio de don César Iturregui, gran educador y hombre de teatro de origen español y quien se destacara en la vida inicial de Risaralda, las gentes se congregaron, tristes y acongojadas, en el cementerio local, lugar en el cual tomó la palabra para hacer una breve oración fúnebre el joven Conrado Osorno quien había sido su discípulo. Cuando finalizó con tono triste, subió a una de las bóvedas más altas Viviano Sierra, yerno de Iturregui, barbero de oficio, borrachín de afición, belicoso y cansón de costumbre, tomando una actitud de orador de grandes vuelos, dijo ante las gentes expectantes:
– ¡Ha muerto César Iturregui! ¡Entiérrenlo pues! He dicho.
Ante semejante desatino perogrullesco, la concurrencia soltó la carcajada, rompiendo bruscamente el ambiente luctuoso.

LAS “ESCARAMUCIAS” DE ALDEMAR QUICENO
En alguna ocasión amaneció un poco indispuesto Aldemar Quiceno, fundador de Risaralda. Ante este hecho se dirigió a su esposa, Crispiniana Rendón, con estas palabras:
– Ole “Runcha”, tengo una “ascalofrío”.
A lo cual respondió ella:
– Aldemar, no seas tan bruto, son “escaramucias”.
Ante esta respuesta, él se mostró ofendido y duró así todo el día.

FABRICIANO Y EL DR. YEPEZ
Fabriciano Rincón fue un aguerrido jefe político conservador, tinterillo o “rábula”, en las primeras décadas de la historia de Risaralda. Siempre vestía de pantalón negro, camisa blanca y ruana.
Como vivía casi constantemente embriagado, no era difícil que se le presentaran problemas por sus desatinos.
En una ocasión, mientras el Dr. Alfonso Yépez, galeno liberal, pronunciaba un discurso político en la plaza de Bolívar, en favor de la candidatura presidencial del Dr. Alfonso López Pumarejo (en 1942) Fabriciano le interrumpió con una risa sarcástica, en son de sabotearle el discurso. El Dr. Yépez, justamente ofendido, exclamó ante el auditorio:
– ¡Carcajadas de viejos caducos, dejados de la época y muertos por el mundo!
A lo cual respondió Fabriciano precipitadamente:
– ¡Miente, miente, Usted miente!
No sobra agregar que nuestro personaje estaba en una de sus habituales “rascas”.

EL ALMUERZO DE “SUSO” MONCADA
“Suso” Moncada, de estatura regalar y cabello rubio, era sastre en el pueblo. Tenía como costumbre, después de almorzar, para hacer alarde de que lo hacía bien y opíparamente, salir a la calle sobándose el estómago con gestos de dolor y cuando le preguntaban que qué le ocurría, respondía indefectiblemente:
– Hombre, cómo le parece que a Diodora le dio por “sudar” gallina y tortas. Hombre y me mató esa mujer. Sabiendo que a mí me caen mal las cosas irritantes y condimentadas, pero, qué se le va a hacer.



LA DESVENTURA DEL FILIPICHÍN PEDRO NEL BERMÚDEZ
Risaralda también tuvo su época elegante; época en que los hombres competían entre sí, a cuál de todos se vestía más acorde con los cánones de la moda.
Era la picaresca y complicada época de los “Filipichines”, como se denominaba a los “cachacos” de entonces y entre los cuales se destacaron, con lujo de elegancia y distinción, Ricardo López, el Dr. Alfonso Yépez, Tulio Montoya y Pedro Nel Bermúdez, conocido como “Chiquillo”, personaje central de esta anécdota.
Ocurre que Pedro Nel era muy dado a codearse con los grandes del pueblo y a “goteriarse” a todos cuantos viera libando por los bares y cantinas de la población, sin importarle matices sociales, políticos o financieros. Una noche le dio por darse una asomada por “El Titanic”, famosa cantina de Flor Román, sitio obligado de reunión y juerga para los bohemios del pueblo. Como en esos instantes sólo la ocupaban unos campesinos, quienes bebían en un rincón, Pedro Nel optó por congraciarse con ellos, buscando en esta forma la invitación a unas cuantas copas, lo cual hizo dirigiéndoseles con las siguientes palabras:
– ¡Viva la gente campesina de mi pueblo! ¡Ustedes son los hombres que valen, no como los “filipichines” cachacos de Risaralda, que no valen nada!
Ante semejante arenga, los campesinos se sintieron estimulados y lo invitaron a que departiera con ellos, lo cual hizo presuroso, dedicándose a decirles bellezas sobre su función social dentro de la comunidad. Como a las cuatro horas, cuando ya estaba “copetón”, se despidió con gran euforia de sus amigos ocasionales y se dirigió a “Chisperos”, lugar de las diversiones etílicas y venéreas de la población, situado a la salida para Manizales. Llegó a una de las cantinas más frecuentadas y observó en su interior a sus amigotes más importantes, el Dr. Yépez, Tulio Montoya y Ricardo López, y empleando el mismo artilugio de antes, exclamó con gran vozarrón, desde la puerta:
– ¡Viva la gente de mi pueblo! ¡Vivan los hombres que valen en Risaralda!, no como unos campesinos “apaches” que encontré en la cantina de Flor, unos “montañeros” que quieren dárselas de mucho.
Y en este preciso instante fue Troya para el pobre Pedro Nel, quien no se había percatado que los tales “montañeros”, anfitriones suyos hacía unos minutos, venían detrás de él. Al escuchar sus últimas palabras, se sintieron ofendidos en su amor propio y tomando sus bien templados machetes, la emprendieron a puro “plan” contra el desleal amigo ocasional, quien hubo de poner a funcionar a marchas forzadas, su vitalidad y conocimientos de la carrera pura y su habilidad para el salto alto, el cual empleó saltando por un cerca, yendo a dar con su humanidad por un cafetal abajo.
Cuando regresó a su hogar, lo hizo por el patio, maltrecho, sudoroso y con su mejor traje convertido en hilachas. Había pagado con creces el desprecio inferido a los hombres del campo, quienes habían visto en él, a la imagen tácita del desprecio citadino por las gentes del agro.

EN EL VELORIO DEL DR. RAMÍREZ
Cuando murió el Dr. Gerardo Ramírez Henao, de un ataque de uremia, su cadáver fue puesto en cámara ardiente. A eso de la media noche, arribó a la población una delegación de Quinchía, para rendir el postrer homenaje al ilustre fallecido. Al penetrar al recinto funerario fueron atendidos por el maestro de la escuela, Roberto Torres, quien era alto, moreno y de cabello lacio y largo, inusual en ese entonces. Como los delegados foráneos venían mal trajeados, alguno dijo, tratando de excusarlos a todos:
– Nos vinimos así, porque no tuvimos tiempo de arreglarnos. Oímos la noticia y nos vinimos como estábamos.
Torres, entre socarrón e irónico, le respondió:
– Ustedes están buenos así porque con corbatín y el cuello puntiagudo, quedan completamente disfrazados.
En otras palabras, les dijo “memes” disimuladamente.

UN NOBLE GESTO DEL DR. YÉPEZ
Al médico Yépez, tocó un acontecimiento único. Alguna vez se le llamó del hospital, un hombre había sido herido en alguno de los poblados del Quindío, de un disparo. La bala le había entrado en el ángulo de la ceja, había penetrado rozando la masa encefálica hasta detrás de la oreja. Yacía inconsciente entre las telas blancas.
El médico reconoció al herido. ¿Cómo no había de hacerlo?, si lo sabía un sicario contra su vida. En tres ocasiones el Dr. Yépez se había salvado, por informaciones de amigos, de un disparo en la calle o de una puñalada en el café del pueblo. Afirmó a la enfermera:
– Haré lo que pueda como médico... pero debo notar que este sujeto me ha buscado en tres ocasiones para asesinarme.
Lo salvó realmente.



LA “L” DE “QUICO” ORTEGA
Durante la aciaga y lóbrega época de la violencia, en que no se respetaban las vidas humanas en aras de un fanatismo político desmedido, fue frecuente que las personas cambiaran de filiación política, como de vestido, a fin de asegurar su propia existencia.
Esta circunstancia, para muchos signo de debilidad y falta de convicción ideológica, se desarrolló plenamente en la personalidad de don Francisco Ortega, “Quico” para sus allegados, quien inventó un método original y efectivo para despistar a las bandas de asesinos políticos que asolaban las veredas del pueblo. Podemos sintetizarlo así:
… Salía “Quico” a visitar alguna finca, lógicamente y dadas las circunstancias existentes, lo hacía previendo cualquier encuentro funesto con los “pájaros” (los sicarios de entonces). De pronto, cuando estaba más despreocupado, surgían en un recodo del camino los antisociales, de inmediato le pedían su filiación política y Ortega levantaba instantáneamente su mano derecha y con los dedos pulgar e índice abiertos en forma de ángulo recto, formaba una “L”; ante este gesto, alguien de la cuadrilla comentaba colérico:
– ¡Aja!, con que “sos” liberal gran “hijueputa”, ¿no?
Nuestro amigo, ante esta definición política de los sicarios, exclamaba rápida y convincentemente:
– No señores, no señores, soy Laureanista de tiempo completo.
Y así lograba el ansiado salvoconducto para seguir adelante.
Lógicamente, cuando la banda era liberal, se presentaba un intercambio de palabas contrario, en el cual aparecía indefectiblemente la consabida “L” dáctil.

ROBERTO QUICENO... LOS DESESPEROS MAL DISIMULADOS DEL MACHISTA

Don Roberto fue un personaje singular en la vida del municipio, llegado a éste desde muy joven sentó aquí sus reales y se enamoró de las calles empinadas, envueltas en una niebla permanente y silenciosa. Se casó con Ernestina Grajales. De profesión sastre, le gustaba mucho estar “cachaco” según la usanza de la época.

PREPARANDO EL FINAL
Como punto muy destacado de este singular personaje se cuenta que cuando se encontraba muy enfermo y presintiendo el final de sus días, mandó construir su propia tumba a su gusto e igualmente compró un ataúd que colocaron en la pieza posterior de su casa. Una vez pintada y organizada la tumba según sus propias especificaciones y gusto, don Roberto subió al cementerio con algunos de sus familiares y amigos y ante la mirada atónita de los presentes, se midió la tumba, metiéndose en ella y acostándose a lo largo:
– Me queda precisa. Fue su sentencia de satisfacción.
Y efectivamente, a los pocos días la temible enfermedad que lo venía afectando le permitió ocupar el singular aposento, ya estrenado en vida al igual que acomodarse en el cofre que había comprado y guardado celosamente para esta contingencia.

¡EL ALMUERZOOO!
Entre su familia es muy conocida la anécdota que solía contar la esposa de don Roberto Quiceno, quien decidió darle una lección a su cónyuge. Él salía a mercar los días sábado muy temprano, compraba los víveres, abarrotes y algunas legumbres y regresaba a casa en poco tiempo. Tiraba con desgano el pesado costal en mitad de la sala, seguidamente se acomodaba en una silla y gritaba:
– ¡El almuerzooo!
Su joven esposa no sabía qué hacer con tan malsana costumbre y cansada de este abuso psicológico, puso en marcha un plan espontáneo. Un día cualquiera, cuando el esposo regresó del mercado y arrojó el costal en mitad de la sala y con tono destemplado gritó: – ¡El almuerzooo!
Como pudo, abrió el costal, a toda prisa, sacó dos papas crudas, cortó un pedazo de carne y agregó dos cebollas largas. A continuación tomó un pedazo de panela y lo colocó dentro de un pocillo y con tan singular almuerzo crudo se acercó al iracundo esposo y le gritó:
– ¡Tené comé!

EL TINTICO PARA LOS AMIGOS
Don Roberto acostumbraba llevar a sus amigos a la casa, una vez llegaban comedidamente les señalaba los sitios donde deberían hacerse y él se apoltronaba en su sillón predilecto:
– ¿Tinto para los señores? Preguntaba de manera afectada y elegante y a continuación gritaba desde la sala.
– ¡Tinaaa!… ¡Tinaaa!, tráenos unos tinticos.
Ernestina escuchaba por dos o tres ocasiones la orden impartida y cuando los gritos se hacían más desesperantes, entonces llegaba hasta la sala y le contestaba.
– Si es que querés tinto, andá hasta la tienda y lo comprás porque el sábado no trajiste.

DON ANTONIO ARROYAVE Y SIERRA OCHOA
Cuando el Coronel Gustavo Sierra Ochoa, siendo Gobernador de Caldas anunció su visita a Risaralda, las gentes se entusiasmaron y organizaron una gran cabalgata con el fin de encontrar al mandatario en Cambia. Entre los jinetes se encontraba don Antonio Arroyave, campesino ignorante, gran Jugador de dados y muy popular en la población.
Como por esos días sonaba el nombre de Sierra Ochoa como posible candidato a la presidencia de la república, Arroyave por dárselas de importante, quiso saludar al señor Gobernador dándole el título de futuro presidente, pero sólo logró una “metida de pata” fenomenal, cuando exclamó con gran vozarrón ante el señor Gobernador:
– ¡Viva el “fatal” Presidente de la república!

YO SOY SECRETARIO
Cuando Hildebrando Quiceno fue secretario de Gobierno en Pereira, visitó un día cualquiera a nuestro pueblo. En ese entonces su hermano Vitelio administraba un café llamado “Gambrinus”, en los bajos de la casa de Oliva Román.
Aconteció que esa noche se dañó el equipo de sonido, por lo cual Vitelio debió trasnochar tratando de arreglarlo. Ya eran las doce y del interior del local se escapaban las notas musicales de un disco con el cual ensayaba el arreglo del equipo. Como a esa hora era prohibido colocar música, un agente de policía que pasó por el lugar, sin mediar explicaciones, detuvo a Vitelio y lo condujo a la cárcel.
Cuando Hildebrando averiguó por su hermano, le dieron la noticia sobre el arresto –a todas luces injusto–, inmediatamente se dirigió a la cárcel. Una vez en ella, fue atendido por el Comandante de Guardia, otro policía, entre ignorante y soberbio. Cuando nuestro personaje le averiguó en tono airado:
– ¿Aquí está Vitelio?
La respuesta pausada del guardián fue:
– Si, ahí está bajo las escalas.
Ante la información, Hildebrando creyó que anteponiendo su posición oficial en Pereira, podía lograr liberar a su hermano, por lo cual dijo, con tono entre grave y autoritario:
– Pues ha de saber, señor agente, que yo soy el secretario de Gobierno en Pereira, y como tal considero injusto el arresto de mi hermano. Vengo a pedir que lo suelten.
El policía, ante esta andanada de palabras se sintió molesto y exclamó:
– Identifíquese.
Hildebrando sacó su porta documentos y empezó a entregarle la cédula, la libreta, el carné de empleado… el agente los miró despectivamente y a continuación los introdujo en un cajón del pupitre, mientras decía a su interlocutor:
– Métase ahí con él.
Así, los dos hermanos debieron amanecer en la cárcel, en cumplimiento de una orden arbitraria y sin sentido, emanada de dos policías.

EL “MOCHO” Y TULIO MONTOYA
Jesús Henao, más conocido como el “Mocho” Henao, era muy extrovertido y tenía gran don de gentes, por lo cual dialogaba con todo el mundo ampliamente. Su remoquete lo adquirió a raíz de la pérdida de un brazo en un accidente eléctrico, cuando valientemente salvó a la esposa de don Filemón Giraldo, personero municipal en esa época.
Políticamente era liberal, pero acostumbraba irse con las listas disidentes o no oficialistas.
Un día charlaba con don Tulio Montoya, hombre rico y que figuraba como gamonal político del liberalismo. En medio de la conversación, se fueron a una apuesta, para lo cual don Tulio, humillando al “Mocho”, sacó un grueso fajo de billetes y le dijo:
– Apostemos esto.
Henao alcanzó a sacar un humilde peso y le respondió sarcásticamente.
– Pues yo le apuesto este pesito, el mismo que Usted se ganaba cuando era arriero de Valdivia a Anserma.
Y, mientras esto decía, le sacudía el billete en la cara a su oponente.



EL “MOCHO” Y LA POLICÍA
Como en esa época (por los años Cuarenta), los jóvenes debían utilizar pantalón corto hasta determinada edad, el “Mocho” siguió utilizándolos aún después de pasado el límite, por lo cual tuvo más de un “encontronazo” con la policía, la cual tenía orden de desalojar a los jóvenes de pantalón corto, de los lugares públicos exclusivos para adultos.
Por ello no era extraño que al llegar la policía a los lugares donde él se hallaba, se presentara el siguiente intercambio de palabras:
– Oiga joven, se sale o lo meto a la cárcel.
El “Mocho”, enojado por considerarse ya adulto, respondía ofensivamente:
– ¡Métame, no le tengo miedo a nadie!
Y el policía, sintiéndose desautorizado, cogía a Henao y lo conducía a la cárcel, en medio de la algarabía de los testigos y las repulsas de nuestro personaje, quien presentía una noche fría e incómoda en la prisión.

UNA FRASE GRACIOSA
Decía don Aldemar Quiceno, uno de los fundadores de Risaralda, la siguiente frase, no exenta de cierto aire humorístico:
– No ha de faltar un cagajón de mula en la Calle Real.

UNA “MARINILLADA”
Una anécdota importante sobre la historia de Risaralda, y la cual constituye una “marinillada” clásica, es la siguiente: El convite para trasladar los pesados artefactos de la primera planta generadora de electricidad que tuvo el pueblo.
Sólo a través de los años se puede entender esa insigne bestialidad. Se forcejeó con los pesados elementos de la planta, desde “Valdivia”, una fonda que se encontraba a escasos cien metros del río Risaralda, para trasmontar la cordillera en que se erige el poblado y llevarlos a Cambía, en la vertiente opuesta. Es decir, buscando una fuerza generadora de energía, abandonamos la corriente abundante de un río grande por la de uno mezquino que ni siquiera alcanzaba tal nombre por el precario caudal de sus aguas.

TERQUEDAD
En los tiempos iniciales de Risaralda, atendía a las señoras en el momento del alumbramiento doña Cristina Rojas. De su tarea y mejor de su fuerza, quedó un modismo, el cual se ha escuchado en muchas ocasiones para demostrar la terquedad de una empresa:
– “Esto es como con misiá Cristina, o sale... o sale”.



CONCURSO DE ECONOMÍA
Los señores Heliodoro Valencia y David Grajales, este último de San José, eran muy económicos.
Cuentan que un día decidieron los dos, hacer un concurso de economía en la región de “La Alejandría”, a orillas del rio Cauca
Heliodoro llevó un huevo cocinado y una aguja; y David, un pedacito de panela. Cuando calcularon que era mediodía, le dice Heliodoro a David:
– ¿Por qué no almorzamos ya?
Y diciendo esto, cogió el huevo, le quebró una parte del cascarón y empezó a chuzarlo con la aguja, la cual iba chupando.
Entonces David le dijo:
– Hombre Heliodoro, vos no me ganás en economía.
Cogió la panela, la ató con un bejuco (dizque por no gastar cabuya), y la colgó haciendo que la sombra se proyectara sobre un piedra y empezó a lamer de la sombra, para no consumir la panela.

CELEBRANDO EL TRIUNFO
Cuando se suscitó el pleito territorial entre Anserma y el naciente municipio de San Joaquín (Risaralda de antaño), representó los intereses de la primera, el Dr. Adolfo León Gómez y los del último, el Dr. Cándido Bernal. Conocido el fallo favorable a los intereses de San Joaquín, don Juan Bautista Uribe, Notario por mucho tiempo del poblado, envió a Bogotá un mensaje de la siguiente guisa:
“Cándido con su candidez venció León, aplacole melenas”.

SIMBOLIZANDO SAGACIDAD
En Risaralda fue famoso como gallero don Noé Múnera, quien logró levantar unos gallos que triunfaban en todas las riñas. Esta circunstancia dio nacimiento a un refrán muy empleado para representar la viveza y sagacidad de cualquiera:
“Usted tiene más espuelas que los gallos de Noé”.

TOQUE DURO
Hacia los años 70 del siglo XX, aún no habían entrado a Risaralda los negocios de pompas fúnebres, tales como La Aurora, Jardines de La Esperanza o Los Olivos, con sus salas de velación, pago por cuotas del futuro sepelio y demás.
Por tal razón, cuando se presentaba algún fallecimiento en un hogar, había que ir a Anserma o Manizales a comprar el respectivo ataúd o cofre, como ambiguamente se le llama, o simplemente recurrir a Abelardo Quiceno el fabricante local de los mismos.
En algunos casos, cuando el deceso ocurría luego de una larga y penosa enfermedad, era frecuente que con anterioridad sus familiares hubieran comprado el ataúd y lo guardaran encima del zarzo de la casa de bahareque.
En cuanto al velorio, se hacía necesario desocupar la sala de muebles y otros objetos de decoración, para ubicar el féretro, los cuatro cirios fúnebres, el Cristo de aluminio, en ocasiones una corona de flores y las sillas o taburetes para los familiares y asistentes… Y pasaban la noche en vela rezando, tomando tinto negro y cargado, algunas copas de aguardiente para suavizar el frío, y haciendo comentarios laudatorios sobre el muerto y, ya a altas horas de la noche, los chistes consabidos para la larga espera.
Y al día siguiente, el sepelio con asistencia de casi todo el pueblo, porque la solidaridad ante el dolor de la muerte, era la constante. Y la vida continuaba su rumbo normal.
A propósito de Abelardo Quiceno, tenía su carpintería-funeraria en la calle tercera, a un costado de la iglesia. Eran dos piezas, en la una, al fondo, estaba su alcoba sin mayores comodidades y en la que daba a la calle, la carpintería donde fabricaba unos ataúdes sencillos, sin mayor decoración, pero prácticos para su efecto final.
Abelardo era un hombrecillo delgado, de cabeza cubierta con un pelo negro, grueso y lacio, con facciones semíticas y a quien solo se le conoció el oficio de carpintero. Este trabajo y su pragmatismo respecto a la vida, le llevaron a publicitar su negocio de la siguiente manera:
En la puerta de madera, vieja y desconchada en su pintura, aparecía en la parte superior un pequeño ataúd de madera de unos 35 centímetros de largo pintado con sapolín café y debajo, una pequeña tablilla en cuya superficie se había tallado el siguiente texto, pintado con pintura blanca: ESTO ES TODO.
Y en medio de la puerta, otro letrero: ABELARDO, TOQUE DURO.
Es fama que a todos quienes, en alguna circunstancia aciaga de sus vidas, tocaron a su puerta, fueron atendidos con prontitud y esmero… Y el rito social del velorio y la sepultura tuvieron el curso normal.

LOS DESATINOS DE DON IGNACIO

Don Ignacio Cardona, fue un campesino alto y fortachón, quien a pesar de su ignorancia crasa logró apelmazar una cuantiosa fortuna, sobre todo por su habilidad innata en los negocios.
Su carencia de un léxico adecuado y abundante, lo llevaron a cometer más de un desatino, que en boca de las gentes se fueron configurando como nuevas anécdotas para el repertorio abundante de la historia burlesca del poblado.

“AMEDICINAO”
En alguna ocasión, se sentó don Ignacio con unos amigos en el Bar “Colombia”, de don Serapio López y al acercarse el mesero para atenderlos, alguien del grupo preguntó a nuestro personaje:
– Don Ignacio, ¿se toma un aguardiente?
A lo cual, él respondió:
– No, gracias. No puedo porque estoy “amedicinao“, se refería a que estaba tomando medicinas para una dolencia que padecía. Después de ese día, le fue adjudicado el sobrenombre que llevaría por toda la vida... “Amedicinao”.

EL PLEITO CON DEMETRIO
Durante muchos años, don Ignacio sostuvo un pleito de tierras con su vecino y en cierto grado familiar, don Demetrio Murillo, anciano nonagenario de cuerpo minúsculo y gran vitalidad.
Cada vez que se encontraban en algún bar de Risaralda, se reiniciaba el consabido intercambio de reproches, reclamos y comentarios sobre la forma en que los respectivos abogados, de parte y parte, llevaban el pleito. Al final, era corriente que don Ignacio despachara a su rival, con estas palabras cortantes:
– Vea Demetrio, no discutamos más que yo tengo los “tituros”.

LA DOS X
Un sábado por la mañana, llegó don Ignacio un poco acalorado y con deseos de ingerir un refresco. Penetró al Bar “La Araña” y algún amigo que allí se encontraba, lo invitó a su mesa, don Ignacio aceptó gustoso.
Cuando llegó el dependiente, el amigo de nuestro personaje le preguntó:
– Don Ignacio, ¿se va a tomar una Dos X?
A lo cual él respondió con tono seguro y decidido:
– Que va. Sírvame una sola que con dos quedo muy lleno.

LA RIFA
Cuando don Ignacio se ganó la rifa de una nevera “Icasa” realizada por un comité cívico de otra población, es fama que se puso muy enojado porque al reclamar el premio, sólo le entregaron la nevera,…“y me quedaron debiendo la casa”, según sus propias palabras.

EL “EMPUJONCITO”
Como ocurre frecuentemente con los hijos de padres ricos, que obsesionados con la riqueza paterna se dedican al ocio y descuidan el estudio y la preparación laboral, ocurrió también con los hijos de nuestro personaje.
Lógicamente, don Ignacio mantenía muy triste y ofendido ante esta situación; por ello no extraña el contenido de la anécdota que a continuación voy a relatar.
Alguien allegado a don Ignacio, le dijo un día, mientras se tomaban unos aguardientes:
– Don Ignacio, por qué no le da un “empujoncito” a los muchachos, para ver si toman impulso y se ajuician.
Don Ignacio miró rápidamente a su interlocutor y sin meditar, le respondió:
– Como no, eso si lo hago, pero si me los encuentro a la orilla del Cauca.

LOS “AVIONEROS”
Estaba un domingo discutiendo don Ignacio con algunos trabajadores, porque estos le reclamaban el pago de un jornal correspondiente a un día de fiesta en semana, que no habían laborado por tal motivo. En ese instante, cruzó por el aire un Constellation de cuatro motores, y don Ignacio lo señaló inmediatamente, mientras replicaba a sus jornaleros:
– Y ¿cómo los “avioneros” si trabajan los días de fiesta?
Y ellos permanecieron callados, sin refutarle.


LA SONRISA DE LA LOCHA Y LA BUENA VIDA DE VITELIO

Don Vitelio Quiceno es un coleccionista de música que actualmente reside en nuestro municipio. Estuvo por espacio de algunos años en Cali y ha vivido en diferentes poblaciones, pero la predilección por el terruño nuestro lo acercó a la aldea de manera definitiva.

LA PÉRDIDA DEL GATO
En una ocasión se le extravió un gato alemán que le había sido regalado por uno de sus amigos, apesadumbrado se dirigió donde el famoso profesor Kosman de Anserma, Caldas y expuso brevemente su caso en los siguientes términos:
– Profesor he acudido a usted

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