Reseña

Contrario a la manera mitológica en que la mayoría de los escritores dicen haber nacido, Juan Carlos Céspedes Acosta nació un día común y corriente, cuando la gente corría presurosa a sus trabajos y su padre se llenaba de valor para arrebatarle a la vida los pocos pesos que le podían caber en sus manos.
A Enoe, su madre, los dolores de parto la sorprendieron en Cartagena de Indias, en pleno ajetreo doméstico, un día de marzo sin ninguna significancia en el calendario. Pobre Roberto, corriendo con su mujer a la maternidad, sacando cuentas en el único taxi destartalado que encontró en su camino, a esa hora en que la gloria nunca estuvo más lejana.
Su infancia, como la de cualquier niño, no tuvo ninguna manifestación de precocidad extraordinaria, era uno más de la barriada, condenado a repetir las vidas que se desintegraban a su alrededor, pero tenía el asombro ante las cosas mínimas, las de todos los días, las que rayan los ojos de tanto verlas, las únicas posibles.
Su padre, pertinaz amante de la lectura, fue llenando la casa de libros, como si estuviera bajo el signo de una penitencia, elementos extraños en un mundo donde lo pragmático era sobrevivir con las manos. Y esos libros iban quedando por la casa, sin orden, en silencio, sin la más mínima estrategia para ser abordados. Todo estaba dado para que la curiosidad inconmensurable del niño hiciera su parte.
Desde que abrió el primer libro, el contagio fue inminente, la "enfermedad" se propagó por la casa, fue el descubrimiento de una ventana al infinito, el portillo por donde desatar la infancia, el descubrimiento de un mundo posible, más allá de las calles pedregosas y la suerte echada, era la revolución de la palabra, la liberación del hombre por la imaginación, que es por donde comienzan todas las revoluciones.
Este libro que hoy tienes en tus manos, es el producto de ese primer instante definitivo, de ese momento luminoso en que aquel libro inicial fue abierto.