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ISBN 978-958-46-0019-6

Máximas Maiceras o Filosofía Silvestre
Antioqueñol

Autor:Restrepo Montoya, Jesús Maria Federico
Editorial:Restrepo Montoya, Jesús Maria Federico
Materia:100 - Filosofía y Psicología
Publicado:2012-02-02
Número de edición:3
Número de páginas:328
Tamaño:23x17cm.
Encuadernación:Tapa dura o cartoné
Soporte:Impreso
Idioma:Español / Castellano

Reseña

PREFACIO

En la preparación de este libro, los amigos Manuel Toro Velásquez y Óscar Posada de Greiff, me han servido especialmente con su colaboración y consejos. Imposible citar a todos los que me han ayudado, pero de todos modos están en él conmigo.

Éste es un testimonio personal, un testimonio de mi propia vivencia de pensar y de vivir. No aspiro a ser objetivo ni tengo pretensiones de establecer verdades eternas. Mi alma serpentea cómodamente en la tierra y en la arena, y es feliz. Comprendo que no debo extenderme apuntando significativas trivialidades de nuestra vida común, pienso que nadie lo leería y al fin de cuentas el que escribe quiere ser leído. No soy hombre culto ni original.

Las ideas manifestadas aquí han sido expresadas por grandes pensadores. Si han echado raíces en mi ser, es porque expresan algo con universalidad; y cuando las leí por primera vez sentí que mi corazón les dio su instintivo asentimiento. Tengo por costumbre comprar ediciones baratas de libros y ver que puedo descubrir en ellos, como escribió Lin Yutang: “Hay un placer mayor en recoger una perla pequeña entre las cenizas que mirar una más grande en la vitrina de un joyero”. No soy profundo ni escritor. Si uno es demasiado culto, no sabe cuándo el bien es bien y el mal es mal; no es filosofía, sino que leo la vida de primera mano, selecciono pensamientos de algún campesino que dijo una frase acertada, colecciono retazos de columnas de periódicos y revistas muertos hace varios años y de escritores que no maten mi sentido de curiosidad por la vida o que no se lo hayan matado a sí mismos… ¿cómo puedo enumerarlos a todos?

Admiro a los hombres rudos que no hablan mucho pero hablan siempre sensatamente, cuyo sentido común respecto a su sabiduría parece haber surgido enteramente sin esfuerzo porque se ha hecho completamente natural.

Los méritos de este libro, si los tiene, se deben sobre todo a las felices sugestiones de mis colaboradores, de las inexactitudes, deficiencias e inmadureces de juicio, sólo yo soy responsable. Un buen pensamiento puede cambiar una vida.

Contiene esta antología varios centenares de escritos cortos los cuales he clasificado de acuerdo con su sentido, no a su clasificación literaria.

En verdad, si no todos los refranes, muchos de ellos debieran ser escritos con letras de oro. Aforismos rutinarios, siempre viejos, siempre nuevos que conservan la frescura de la vida cotidiana. Ya nadie recuerda quién los escribió.

Por lo anterior pongo sobre el papel, esta antología de escritos cortos, con la esperanza de que quienes la lean encuentren en ella, por lo menos, si no la utilidad de un buen consejo legado por los sabios, el mismo placer que logré yo al recopilarlos con la humildad de quien tiene certeza de que más sabe el diablo por viejo que por diablo. Experiencia es un fracaso bien aprovechado. La juventud es un tesoro que nos gastamos comprando la experiencia.

Un buen pensamiento puede cambiar una vida
Adagios de sabiduría, sabiduría silvestre, sabiduría paisa


Algunos de origen humilde, pero ricos en ingenio, los refranes son esencias de pensamientos y extractos de experiencia. “La familia me la dio Dios pero los amigos los escojo yo”.

Los refranes no gozan de la estimación que se merecen. Para unos son mercadería intelectual de pacotilla, para otros, pasatiempo banal. Nacen de despectivos conceptos y de escaso crédito concedido al pueblo, su autor.

Brotan frente a las brasas de un hogar pueblerino, son hijos expósitos sin padres conocidos.

Según el Diccionario de la Real Academia, el refrán es “un dicho agudo y sentencioso de uso común”: pero es algo más. Son esencias de pensamientos, extractos condensados de sabiduría práctica. Encierra una verdad o sienta una conclusión y dogmatiza desde sus terrenos de filosofía popular, los refranes son evangelios chiquitos. Encierran a veces preceptos de filosofía cristiana: A veces más vale callar por Dios, que hablar de Dios. Quien para otro pide, para sí alcanza. Expresan la profundidad de la ciencia en breves palabras: Dos cosas no se pueden agotar, el saber y el agua del mar.

Estudian los pecados y sus vicios: La envidia es serpiente que al que la abriga lo muerde. Exponen todos los temas con variedad inagotable de fórmulas, fustigan nuestras vanidades: Humano humo vano. Los amigos son enemigos domesticados. La campana no suena si el badajo no la golpea. Ni tan cerca que queme al santo, ni tan lejos que no lo alumbre.

Hechos por el pueblo y sancionados por el pueblo con el correr de los años, los refranes son verdaderos monumentos del idioma por la hondura de sus enseñanzas. El dinero hace contar, la alegría hace cantar. Negocio acaba en ocio, pero ocio no acaba en negocio. Como su autor, los refranes tienen un cuerpo y un alma, voces enérgicas, vibrantes, cargadas de significación, más elocuentes que cien discursos.

A padre ganador, hijo gastador. Algunas veces son inspirados por un sano espíritu sancionador: Quien muerte ajena espera, sea suya la primera. También los hay con inocente picardía: donde comen dos, comen tres…si hay comida para cuatro. Con la mujer y con el cojo… ¡ojo! De las cosas seguras, la más segura es dudar.

Los refranes al igual que los vinos, necesitan añejarse en la bodega de la memoria, para comprobar su veracidad. Refranes heredados, evangelios abreviados. Dios no perdona lo que ve sino lo que se le cuenta.
Los refranes tuvieron su cuna en frases felices logradas por repentistas que corrieron primero de casa en casa y después de pueblo en pueblo. Los dicen con gracia de estilo y economía de palabras. A veces la última llave del llavero es la que nos abre la puerta. Hay más refranes que panes. Del árbol caído todos hacen leña.

En la cárcel y en la cama se conocen los amigos. Una mujer en la casa vale por dos en la calle.

Desgraciadamente, ya no se idean refranes. Estamos viviendo del ahorro, gastando el capital. La filosofía del pueblo no ha comentado en sus dichos la radio ni el cine, ni el avión, ni el ferrocarril. Sus formas antiguas subsisten como piezas lingüísticas de museo. Si nos descuidamos acabarán por desaparecer.

En los refranes estudiamos al pueblo sin disfraces ni ficción. Lo que sabe y lo que ignora, lo que piensa y lo que heredó pensando, lo que duda, lo que afirma y lo que niega, vienen a diseñarnos su perfecto autorretrato moral. Es mejor una falda bien puesta que unos calzones mal llevados. El dinero no trae felicidad, pero cuando se va se la lleva.

Así se comprende que perduren sus talladas frases de generación en generación, como las obras de los genios.

Máximas maiceras o filosofía silvestre Antioqueñol

Jaime Jaramillo Panesso dice: “Hace más de cien años existe el antioqueñol”, nacido de la garganta de nuestros campesinos, arrieros, mineros y comerciantes. Ha sido en los últimos treinta años cuando más se han dedicado las investigaciones a hurgar orígenes y mutaciones de este castellano desperdigado en las andinas poblaciones de esta región, esto sin separarse del idioma madre es lo que nos distingue a los paisas y las gentes de Copacabana no hemos sido ajenos a este proceso de sabiduría.

Han sido editados dos libros muy interesantes que publica la Gobernación de Antioquia y la Universidad de Antioquia respectivamente: “Refranero Antioqueño” de los profesores Carlos García y César Muñoz y “Refranes y Dichos” de Roberto Cadavid Misas (Argos).

Los refranes se caracterizan por su contenido sentencioso, por ejemplo: Un grito a tiempo vale más que cien vaqueros, o aquellas frases o refranes que tienen sentido metafórico: Amanecerá y veremos dijo el ciego; muchas de estas formas de hablar que siempre tienen enseñanzas de la vida diaria, provienen de la tradición española que llegó hace siglos a Antioquia sufriendo los cambios naturales y demostrando una vez más, que el pueblo construye el idioma.

Es tema inagotable. Otro libro: Diccionario Folclórico Antioqueño, por Jaime Sierra García, al respecto la revista Diners comenta: “Preciosa y precisa esta edición de la universidad de Antioquia, que hace del folclor una autentica joya cultural y que precisa la vieja polémica sobre las raíces del folclor y lo popular.

Como es bien sabido, la palabra folclor viene de Volk (pueblo entre los germanos)”.
Los cuentos populares nacen como las fábulas y mitos del puro interés narrativo de los pueblos. Sus características centrales son las del llamado ingenio popular, o simple gusto de narrar por narrar y resolver de este modo conflictos y situaciones paradójicas aparentemente insolubles; el cuento revela una cierta propensión a la astucia en la resolución de esos conflictos y en la satisfacción de sus deseos y fantasías.

La riqueza proverbial del pueblo antioqueño en su ingenio y fantasía están presentes con lujo de detalles en los dichos y refranes. En efecto, el gusto por la palabra y el humor burlón de los paisas, derivan de su tradición oral de arrieros y habladores.
Los antioqueños son nuestros palabreros mayores. Razón tiene Germán Arciniegas cuando afirma: “La exageración es una manera natural de expresarse de los antioqueños. Acabó por ser una de las mayores delicias folclóricas de Colombia”.

Aparentemente este gusto por la exageración y el humor burlón denotan un afán superficial, coloquial y anecdótico. Sin embargo, y bien lo anota el prologuista, el antioqueño se parece en esto al viejo folclor español de Quevedo y Góngora, reflejo de este talante ambivalente entre la tragedia y la comedia. El pesimismo del destino se ríe de sí mismo en el optimismo burlón “Que siempre busca el futuro, que no se queja, que no llora, que cuando llora, llora por mala fe; porque cuando les llora a las mujeres antioqueñas en la ventana, lo que está buscando es que se quiten los arreos y se entreguen, para poder entrar a sus anchas en su vida privada”. Así vale la pena reír llorando.

En nuestros hogares de este querido pueblo de Copacabana, desde que éramos niños y caminábamos debajo de la mesa sin agacharnos, era común y corriente el uso de dichos y refranes en la conversación diaria. Leyendas que recogen la sabiduría de la gente. Estos dichos ladinos o filosofía silvestre, o sabiduría popular, muchos de ellos salidos de las fuentes bíblicas o talmúdicas: “No hagas a otro lo que no quieras que te hagan a ti”. La versión cristiana de esta regla está expresada en forma afirmativa: “Haz a los demás lo que quieras que te hagan a ti”. Imposible dejarlos morir en el olvido. Mi padre, Jesús Restrepo Ortiz decía: “Al hombre, sea por las buenas o por las malas lo manda su mujer”. Consígase una mujer que lo mande por las buenas.


JESÚS RESTREPO M

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