Reseña

Con la ciudad de Medellín como escenario, Armando es el actor del drama de su vida y, al mismo tiempo, es testigo de los dramas de quienes lo rodean, de esos que conoce y de los que no, que se cruzan con él en las calles, en las aceras; que se entrelazan, que mezclan sus historias en el tejido inextricable donde nadie es ajeno, donde todos somos propios, donde tu risa es mi llanto y tu llanto mi risa, donde mi vida es tu muerte y tu muerte mi vida. En Nadie es Ajeno, el lector podrá ver a la ciudad de Medellín con otra perspectiva, una ciudad dentro de otra, donde la indiferencia se pasea por sus calles vestida de dolor, de miseria, de alegrías como ráfagas de luz en medio de la oscuridad de la vida cotidiana. Medellín, una ciudad dentro de otra, donde todos tenemos que ver con todos, donde mi vida es tu vida, mi muerte es tu muerte; una ciudad que respira como un solo organismo, que nace cada día y muere cada noche, en los bajos de los puentes hasta las mansiones; una ciudad que ríe en la tienda de la esquina y en el salón del club de la elite; una ciudad que llora en la casucha colgada al filo de la ladera, bajo la amenaza del alud, y en el balcón de piso de mármol desde donde se ve todo el valle. Nadie es Ajeno es una historia vivida a capela y escrita a cien manos, en la que personajes de novela se vuelven personas reales que viven al extremo y que se encuentran al borde del abismo en esta ciudad bendita y maldita que nos abriga y abandona, que nos mantiene atrapados y nos desecha. En Nadie es Ajeno, los personajes se sientan con el autor y le arrebatan la pluma para hablar con sus propias voces, para derramar sus pensamientos y sentimientos sobre la calle, donde finalmente se escriben todas las historias.