Reseña

En los cuentos de Daniel Rivera Meza, viene uno a descubrir personajes caballescos que, a pesar de la ambigua condición anatómica entre caballo y hombre, como Neso, se sienten del todo bien y no se les oye renegar de tan desproporcionado como insufrible estado mitológico. Y eso da, de cierta manera, una satisfacción con el estado de la materia que somos. O, a la que nos parecemos en algunas situaciones.
Otra vez es el trajín de la muerte que se viste de Catalina, zurce la soledad, trajina la pobreza, va por las calles polvorientas de un pueblo que se parece a sus habitantes; una especie de Comala; de Macondo tal vez. Y Catalina, la Amaranta Buendía que teje su propia mortaja de soledad y rencores invencibles; de lodosa amargura.
Y más allá, la rabia que borra el tiempo, la memoria que se fuga por entre un montoncito y otro de monedas; la avaricia que se transforma en ira para disimular la incertidumbre de su origen, el olor de otros cuartos y sudores mal presentidos; la duda haciendo estragos en la mente del hombre como víbora que inocula su ponzoña desatada.
Hechos de un lenguaje coloquial, sin el aspaviento del estilo que procura ruido y dice poco, estos cuentos, que para mi gusto debieron nombrarse con otro título, son una amena travesía por la buena escritura y un divertimento con situaciones y personajes no tan distantes del lector. Y todo, porque aquí hay un centauro y algo más.