Reseña

Frecuentemente el compromiso con la divulgación de la poesía, que puede concretarse en estudios o en organizaciones de eventos o en publicaciones sea de revistas o libros, produce inevitables ecos en la escritura y la palabra poética de quien asuma a conciencia tal labor. Termina subordinada la obra a la labor de difusión, riesgo que se asume por el mismo amor a la poesía o a la palabra. Pero esto es sólo una apariencia cuando el poeta es auténtico en su palabra y en su compromiso con el otro. Un caso tal es el que aquí se comenta, a partir de esta muestra significativa de la poesía de Rafael Del Castillo, quien con persistencia mantiene presente la revista Ulrika y el Festival Internacional de Poesía de Bogotá. El poema, como se sabe, es, además del espacio de la confesión, el lugar para la elaboración de lo vivido desde un diálogo con otro desconocido a partir de unas pautas estéticas que en el caso de Del Castillo buscan lo genuino como principio estructurador de una estética que sin desdeñar lo literario, lo somete a la función de lo poético vital como verdad última. Por supuesto, esto no quiere decir que se está ante una escritura biográfica sino ante el latido de lo humano que deja sus sístoles y diástoles en la palabra para que cualquier lector pueda encontrarse en la poesía, ese territorio que siempre oculta algo y nunca se entrega totalmente. La poesía es luz y oscuridad a la vez, penumbras y claroscuros por los que hay que transitar ya porque ella lo escriba a uno o porque uno se lea en ella. En estos poemas que se desprenden de la tradición de Villon, de la escasa pero certera poesía de Lowry, de la tradición de Barba-Jacob y Aurelio Arturo, el lector de otras latitudes encontrará la limpieza y la decantación que otorga el dolor cuando se le desplaza al territorio de la poesía sin temor al lugar común ni a la vivencia cotidiana, que desconoce los límites de lo público y lo privado para crear un territorio social donde cualquier manifestación de lo humano tiene lugar. Poesía que se adelanta a muchas corrientes que se han consolidado en el siglo XXI, deja en claro sus vínculos con la tradición.