Reseña

Las transformaciones tecnológicas del siglo XXI han redefinido la educación, la cultura y las formas de representación social. La pandemia de 2020, por ejemplo, aceleró procesos de digitalización que demandan en docentes y estudiantes nuevas competencias digitales para enfrentar los retos de la sociedad del conocimiento.

En este contexto, la inteligencia artificial y herramientas emergentes, como la realidad virtual o la gamificación, se perfilan no solo como recursos didácticos, sino como catalizadores de innovación capaces de democratizar el acceso al aprendizaje y contribuir a los Objetivos de Desarrollo Sostenible.

Ahora bien, este potencial sólo cobra sentido si se enmarca en una perspectiva de humanismo digital que asegure equidad y justicia social. Así, la IA puede personalizar procesos, ampliar la cobertura y favorecer evaluaciones más objetivas, siempre que se reconozcan los riesgos éticos y se garantice la inclusión de quienes carecen de infraestructura tecnológica. De este modo, la educación se convierte en un espacio donde la tecnología debe potenciar la creatividad, el pensamiento crítico y la formación integral.

Finalmente, esta transformación también alcanza la vida cultural y simbólica. Plataformas como TikTok muestran cómo los estudiantes universitarios representan su identidad mediante arquetipos junguianos, revelando que la vida digital no solo educa, sino que construye nuevas formas de narrar lo humano.