Reseña

Es necesario establecer una claridad conceptual, que nos lleve a pensar y repensar la manera en que seguimos escuchando la música afroantillana, pues muchas veces la reducimos a su función lúdica sin explorar su dimensión simbólica. Se baila con entusiasmo y se canta con fervor, pero rara vez nos detenemos a contemplar lo que esa música nos quiere decir más allá del ritmo. A pesar de que estamos ante una obra de arte que se siente, se lee, se interpreta y se vive, con frecuencia olvidamos que en su interior habitan capas de sentido que exigen ser descifradas. Cada canción encierra un tejido colectivo en el que intervienen artistas invisibles: el compositor que narra, el cantante que reinterpreta y los músicos que, desde la sombra, construyen atmósferas. Escuchar salsa, entonces, debería implicar un acto más profundo: no solo mover el cuerpo, sino también conmover el pensamiento y reconocer a todos los que hacen posible su potencia expresiva. En ese sentido, toda canción es el encuentro entre tres presencias esenciales: el autor que escribe desde el silencio, el cantante que vocaliza hacia el mundo y el que con los instrumentos moldea los mensajes.