Reseña

Este es un libro sobre un grupo de amigas que se cuidan y apoyan entre ellas, ríen, lloran y bailan juntas: las mujeres de la tercera edad del barrio Belén, uno de los más antiguos de Bogotá.
Ellas son comunidad, red de cuidado genuino y apoyo mutuo. Contra toda expectativa, se han sabido organizar de forma orgánica y desinteresada para disfrutar de una vejez plena y feliz, casi sin habérselo propuesto. En su adultez, encontraron finalmente un espacio para ellas, para estar con amigas, reír hasta el cansancio, hacer ejercicio, bailar como en carnaval, hacer teatro y descubrir que saben cantar. La vida les ha dado una tregua y, por tanto, tiempo: tiempo para sí mismas, para estar juntas, acompañarse, saber quiénes son realmente y conocer la libertad que siempre les fue negada.

Cuando escuchamos los relatos de vida de Las Amigas de Belén, es como si pudiéramos escuchar al unísono la vida de millones de mujeres colombianas en el campo y en la ciudad. Es como si, por medio de ellas, las mujeres que no han sido escuchadas pudieran hablar sobre todas las injusticias que han tenido que afrontar por cuenta de una sociedad machista, indiferente al clamor de la voz femenina, en uno de los países más desiguales de Latinoamérica.
Estas mujeres son, a su vez, la memoria viva de un barrio tradicional de Bogotá, así como las raíces más profundas de un territorio vulnerable que ha logrado conservar su esencia a pesar del crecimiento voraz de la ciudad. Ellas encarnan la resistencia pacífica de los vecinos de Belén ante la posibilidad, cada vez más inminente, de que el barrio sea devorado por la gentrificación.
Y es que no solo hablamos de casas de tejas de barro, fachadas de colores y formas geométricas; de patios interiores, calles empinadas y terrazas que, a la vez, sirven de mirador; de huertas comunitarias y pozos de agua pura que baja de la montaña, o de la única vía empedrada que queda en el sector, la calle de la Cantera, sino de la vida de barrio, de las relaciones que se entretejen entre las vecinas y los vecinos que se conocen desde niños y que se saludan unos a otros en un corto viaje de la casa a la panadería, de la panadería al polideportivo.

Nosotras nos hemos visto reflejadas en Las Amigas de Belén como en una especie de espejo hacia el futuro. Hasta ahora, la vejez había sido una abstracción y, por lo general, una idea triste que prometía olvido, soledad, cansancio y desasosiego. Ellas nos han demostrado que la vida solamente termina cuando se muere, que las amigas son un soporte y que, al cultivar nuestras relaciones de manera sincera y desinteresada, podremos envejecer como ellas, seguras de que hay una red de afecto y cuidado de la que formaremos parte hasta el final de nuestros días.