Kínder Santa Teresita 1960-1990
Autor: | Sarasa Gallejo, S.J., Luis Guillermo |
Colaborador: | Sarasa Gallejo, S.J., Luis Guillermo (Director) |
Con el albor de los años 60, emergen en el mundo mentalidades de renovación social y cultural que se extendieron rápidamente por todo el orbe: el movimiento de los derechos civiles, el feminismo en ciernes, las revoluciones socialistas y comunistas, el auge del cine, la nueva difusión de la cultura popular, el movimiento contra la guerra del Vietnam, el hipismo y su lucha por la paz y la libertad, la consolidación de las emisoras radiales, el advenimiento de la televisión, y un sin número de nuevas formas de relacionarse con el mundo. Este ambiente socio-político-cultural nos hizo pasar de ser pequeñas aldeas ancladas en sus refugios y montañas inaccesibles a convertirnos en ciudadanos de un mundo cada vez más complejo y relacionado. Nos convertimos en parte vital de la aldea global.
En tal contexto nace el Kínder Santa Teresita. En plena década de los sesenta, cuando el mundo se abría a unas nuevas formas de ser. Una mujer sencilla, sin alta formación académica, solo movida por un deseo legítimo de servir a otros, emprende la tarea de fundar un espacio escolar para educar niños y niñas desde una mentalidad de inclusión y respeto.
Sabía Francisca Jaramillo Valencia, desde sus intuiciones primarias, que solo en espacios de encuentro sincero se podía combatir la mentalidad excluyente de la sociedad salamineña. Por aquella época ya existían centros de formación regentados por comunidades religiosas de formación estricta y con alta excelencia académica. Sabía también, que encontraría oposiciones a su proyecto, pero nunca claudicó en su propósito.
Abrió un espacio en casas improvisadas como centro de formación en las que el juego era el centro de la acción pedagógica diaria como vehículo de formación vital para sus alumnos. Se inventó pedagogías y didácticas que le llegaran al corazón de sus niños y niñas y los llenara del optimismo necesario para hacerse mejores seres humanos. Francisca estableció en estas casas, -algunas vetustas pero llenas de esperanzas y buenas intenciones-, un laboratorio de encuentro ciudadano. Allí llegaba todo tipo de padres de familia, atraídos por la fama que pronto construyó su kínder, de ser un espacio en el que los niños y niñas aprendían rápidamente a leer y a escribir, a temprana edad, a través del juego diario sin el peso de la férula y el regaño que se imponía en otros espacios escolares.