Reseña

Tal vez hastiado de aquel lugar de tantos años, frio y sombra de su vida, quiso sus fuerzas probar en otra parte y sus pies cansados lo adentraron por playas y manglares con reflejos promisorios.

Es entonces, cuando Héctor nos contagia con su soledad y al mismo tiempo con el amor por todo lo que le rodea.

Su poesía tiene algo de esperanza, aunque a veces parece mecernos en una dualidad entre su vida y la muerte.

Cuando le tocó vivir aquel encierro enfermizo, donde escribir un verso era algo que le dolía; pensaba con horror que sería si llegara a olvidar las palabras.

El tiempo pasó y flor, abeja y miel se fundieron para entregarnos a un poeta con el salobre de mar entre sus dedos y el murmullo de una ola en las palabras.

Hoy, de pie frente al mar, en su casa de la Boquilla, viendo cómo se desgranan sus flores en el efímero espacio de las olas, bien puede pensar como el poeta Daniel Lemaitre:

“No quiero una tierra extraña que tenga un solo camino,
quiero mi ambiente marino que a toda evasión convida
y en horas de pesar me pone en paz con la vida”


Mario Alviz Herrera