Reseña

Con la rapidez de un rayo, el puño derecho de Tomás Molinares trazó una curva imaginaria en el aire justo cuando sonaba la campana que indicaba el final del sexto round. Con la precisión de una flecha y la potencia de un toro embravecido, el puño se estrelló, sin oposición ninguna, en la mandíbula de Marlon Starling.
El hasta ese momento campeón welter de la Asociación Mundial de Boxeo se desplomó como un árbol viejo. Todo aconteció en un segundo, en medio del bullicio de las decenas de asistentes al Trump Plaza de Atlantic City (Estados Unidos).
Lo que sucedió, antes, durante y después de aquel histórico momento vivido en la noche del 31 de julio de 1988, que le representó a Colombia su octavo campeonato mundial en el pugilismo de paga, está narrado en este libro titulado «Todos somos culpables», escrito en un lenguaje sencillo, pero honesto, por el periodista Alberto Agámez Berrío, fiel testigo del tránsito de Molinares desde abajo hasta la cima, y de ahí hacia la sima.
«Todos somos culpables». ¿Por qué ese título? Alberto Agámez lo expone a lo largo de su narración que bien puedo resumir con una frase del célebre poeta argentino Juan Gelman: “Se pasa de inocente a culpable en un segundo. El tiempo es así, torcazas que cantan en un árbol cansado”.
“Somos culpables, mas no responsables, porque Molinares dio muchas muestras de estar desequilibrado, y lo que decíamos era: ese man es muy sollao, muy sentimental y por toda llora, y no nos dimos cuenta de que realmente era una persona enferma, que si hubiera sido tratado oportunamente, no hubiese explotado”, me respondió Alberto Agámez cuando le formulé la interrogante acerca del título de este, su tercer texto de largo aliento.
Se trata de un relato íntimo, lleno de recuerdos y detalles, alrededor de uno de los campeones más efímeros del pugilismo nacional, que, incluso, resignó el fajín sin realizar siquiera la primera defensa, en un hecho sin precedentes en la historia del deporte nacional.
Este libro revela el origen Molinares y todo lo que hizo para llegar a convertirse en un genuino esgrimista, dueño de unas extraordinarias condiciones atléticas sumadas a un estilo preciosista, técnico, que le agradaba hasta al más indiferente de los seguidores del denominado deporte noble.