Muelón Tirado
Autor: | Percy Tirado, Anselmo de Jesús |
Para la muestra, un botón
Aquí no tienen sangre, sino antipatía
Muelón Tirado
Tosferina, la perrita dormilona que la dentista manicurista tiene entre sus brazos, y que todavía no se sabe cómo hace para sostenerla y trabajar, acomoda su cuerpo de marañón y se goza la extracción de la muela racamandaca del paciente patirrajado en la poltrona, quien inquieto la mira tratando de hallarle la cola, que no se ve, hecho que lo lleva a pensar que “ojalá fuera una figura de plástico, o una antigua porcelana descarrañada”.
Todo porque cree que lo quiere atacar… se alerta. Ella lo ladra, ¡y bastante!, muy cerca de él. Está atemorizado, imagínense: por un lado está viendo el alicate pelado; y por el otro a Tosferina con ganas de escaparse de esa payasa de bata blanca, brazo velludo y axila bruñosa que de vez en cuando le lame el pómulo por encima de los cuernos de la dentista, que no es otro parapeto, sino la montura de sus lentes para trabajar, quien le or dena:
—Haber, abra la boca. Bastante; poquito; cierre. Escupa; trague; respire; escupa.
El chorrito de agua de la escupidera lo salpica, y con disimulo se limpia la boca con un estropajo dispuesto para la ocasión.
Acorralado por los olores del miedo, el paciente patirrajado, hundido en el sillón, con la garganta cubierta con un pesado pañolón, como si estuviera en clima frío, siente que Tosferina, a punta de miradas, le dice: “A que te muerdo, va”.
—Ahora que te saque la muela con pasador, pégate un chapuzón en el mar y haz gárgaras de agua salada.
Desde la ventana se observa el mar, y a Marenco, al pescador, abriendo la atarraya. Entre ellos se deja entrever una amistad sincera y duradera.
—No me jales el pelo tan duro —le reclamó a la dentista, ahora estilista.
—¡Ay, niño! Si solo te estoy cepillando —respondió—. “Hombre frentón, carajo!” —dijo para sus adentros.
El salta corral de Muelón Tirado, como puede, espanta un gato pardo al acecho.