Reseña

Vivimos en una época en la que lo urgente desplaza a lo importante. Padres y madres corremos entre compromisos, pantallas y agendas saturadas, intentando cumplir con todo y con todos… pero ¿realmente estamos presentes para nuestros hijos?
El mayor acto de amor y formación que podemos ofrecerles no está en el colegio más prestigioso, ni en las actividades extracurriculares o en los dispositivos de última tecnología. Está en algo mucho más simple —y a la vez más desafiante—: el tiempo que compartimos a conciencia con ellos.
Ser padre o madre hoy es un acto de valentía. Vivimos en una era donde todo cambia a la velocidad de un clic: nuevas plataformas, nuevas exigencias, nuevas formas de relacionarnos. Aunque a menudo culpamos a la tecnología por distraernos de lo esencial, la verdad es que no es nuestra enemiga. Como cualquier herramienta, su valor depende del uso que le demos.
Pero hay un lugar que sigue siendo la mejor escuela: el hogar. Como decía Pepe Mujica, expresidente de Uruguay: “La educación no comienza en la escuela, sino en casa”. Y el hogar no es importante por lo que enseñamos, sino por el ejemplo que damos. En esos momentos cotidianos —las conversaciones alrededor de la mesa, las cenas, las risas antes de dormir— es donde nuestros hijos absorben lo que realmente importa: