ColombiaColombia
Detalle
ISBN 978-958-44-7904-4

De la sombra a la luz
Imágenes del secuestro

Autores:Ayerbe González, Mario
Soto Aparicio, Fernando
Colaboradores:Alzate, Carlos Fabian (Fotógrafo)
Castro Quiroga, Luis Augusto (Prologuista)
Triana Perdomo, José Marcelino (Editor Literario)
Triana Perdomo, José Marcelino (Diseñador)
Caliche Impresores (Diseñador)
Editorial:Triana Perdomo, José Marcelino
Materia:758 - Otros temas
Publicado:2011-02-22
Número de edición:1
Número de páginas:72
Tamaño:28x27.5cm.
Precio:$70.000
Encuadernación:Tapa dura o cartoné
Soporte:Impreso
Idioma:Español

Reseña

Mario Ayerbe o el paisaje opresivo

Álvaro Medina*

El 10 de septiembre de 2001, en el sitio denominado Puente Río Neiva, situado entre Hobo y Campoalegre (Huila), el departamento colombiano que cuenta con el privilegio de tener en su territorio la necrópolis precolombina de San Agustín, la representante a la Cámara Consuelo González de Perdomo fue secuestrada por las FARC. El atropello ocurrió pasadas las 6 de la tarde, cuando el sol se ponía. Su liberación tuvo lugar seis años y cuatro meses después, en el departamento del Guaviare, el 10 de enero de 2008, por iniciativa de la senadora Piedad Córdoba y del presidente de Venezuela Hugo Chávez.

El problema de orden público que han creado los grupos armados ilegales de Colombia ha generado una literatura profusa en el campo del reportaje periodístico y la crónica. La incidencia de estos testimonios ha sido tan honda que ha logrado crear conciencia de la magnitud del problema. Los asesinatos, las masacres, las tomas a sangre y fuego de poblaciones apartadas, los atentados traperos con bombas y el secuestro de civiles inocentes han sido los temas más reiterados, generando un acervo documental y testimonial en el que la palabra ha reinado.

La memoria relacionada con el secuestro de la representante del Huila viene a ser, ahora, una excepción de notable envergadura. En lugar de recurrir al periodista o al escritor para contar el traumático episodio, la parlamentaria Consuelo González de Perdomo ha preferido confiarle sus vivencias a un pintor para que éste creara las imágenes que nos transmitirían a nosotros sus conciudadanos, y a la posteridad, cómo fue el padecimiento sufrido durante el largo y arbitrario cautiverio. La idea era novedosa y el resultado es contundente. Para que lo asimilemos y analicemos, este libro lo recoge en su totalidad.

Quiere decir que en el principio no fue el verbo (al menos no en el caso de esta contribución histórica específica al aún palpitante capítulo de la violencia política en Colombia), sino la imagen pictórica perfectamente acabada. Su desarrollo ha tenido este interesante cariz porque Consuelo González de Perdomo y Mario Ayerbe, el pintor, eran viejos amigos.

(...)
El paisaje cerrado como elemento significante de la opresión psicológica y física que experimentaban los rehenes, es clara en todos estos cuadros. En el primero de ellos, Secuestro en la vía, vemos el instante de la abusiva retención en el recodo de una carretera solitaria. Aunque encapotado y sombrío, se alcanza a ver el cielo. Ese cielo desaparece en el resto de la serie, pero se sugiere mezquino en Noche de luna llena, el más oscuro de los cuadros, con esa luna que apenas rompe la oscuridad de la espesura vegetal mientras los secuestrados duermen en sus hamacas bajo la sempiterna vigilancia de sus carceleros. El cielo reaparece en el último cuadro, que muestra la liberación en medio de la selva talada, lo cual es semánticamente significativo.

Estamos entonces ante un paisaje activo. Su aparente monotonía y su quietud se hallan potenciadas, desde el punto de referencia visual, por lo que sucede en su interior. Si bien es cierto que los sucesos son también monótonos, pero profundamente humanos. En su peregrinar a través de la vegetación espesa el grupo de hombres y mujeres anda por trochas, vadea torrentes, come, se calienta bajo el sol que ilumina brevemente, mal soporta la lluvia, duerme y a veces juega una partida de ajedrez, siempre bajo el ojo acucioso del guardián armado. Un manto de mariposas azules anima de pronto el camino y la secuestrada lo observa distraída pensando en el amigo pintor. Un hecho accidental como la caída al pasar un cauce seco por un puente improvisado y precario da lugar a una composición pictórica que rompe con el esquema general de la serie, recurso que potencia el episodio. Ante el hecho desgraciadamente excepcional, tratamiento excepcional y vuelta a la rutina de vejaciones que padece el sometido a toda hora. A tema sombrío pintura sombría. Se comprende entonces que, en su variedad, el escenario sea reiterativo. La atmósfera de estos cuadros es velada y por lo tanto opresiva, particularidad que resalta el lienzo que nos muestra un sigiloso y fracasado intento de fuga.

Los verdes claros que resaltan los troncos de los árboles de todos los cuadros, así como la disposición de ramas y hojas, marcan contrastes visuales y representan la exuberancia del trópico. Las tonalidades se enriquecen de este modo y la superficie se torna cálida. Al fin y al cabo estamos ante obras de gran tamaño cuya elaboración secreta se entiende a cabalidad mirando los dibujos. Mario Ayerbe es un buen dibujante. Su línea es rápida y espontánea, pero no nerviosa. Hay seguridad y control en el trazo que pasa y repasa un determinado fragmento de la superficie para sugerir zonas oscuras (a traducir luego en manchas informales) y zonas claras (a traducir en planos lisos), correspondencia que puede apreciarse estudiando los acrílicos.

La consideración anterior me remite al pintor de cuadros abstractos. Mario Ayerbe es de los que buscan y explotan el grafismo o trazo gestual de corte expresionista que es, a la pintura, lo que la caligrafía resulta ser al texto escrito a mano. El grafismo revela la personalidad y el temperamento de un pintor, su sensibilidad, su nervio. Si abordamos estos cuadros desde sus grafías, el paisaje cerrado y en principio monótono se revela dinámico y vivo. Podemos comprenderlo al recorrer el follaje en cada paisaje, ya que salta a la vista desde el primer hasta el último plano— el gusto por la pincelada suelta que el artista individualiza gracias a su buen sentido del color, pero sobre todo del tono justo y la línea de recorrido impredecible pero firme.

Contra lo que podría pensarse al apreciar toda la serie, Mario Ayerbe no ha estado nunca en la selva. Las 19 pinturas que reproduce este libro son un simple despliegue de imaginación y creatividad. No ha usado fotografías ni modelos, sólo el testimonio de la secuestrada. El pintor formado en Madrid ha desplegado con rigor lo que aprendió en una buena academia y ha trabajado con la autonomía del verdadero creador, no como el ilustrador de un texto literario. El aire entre primitivo y naif que campea en la serie es deliberado. Un buen pintor del trópico como fue el “Aduanero” Rousseau no estuvo nunca en el trópico. En su imaginar, el “Aduanero” fue ingenuo y a un tiempo convincente. Mario, en cambio, no es ingenuo. Nunca ha sido secuestrado, pero ha sabido plasmar el trasegar selvático de la amiga secuestrada. Porque en el principio —como dije antes— fue la imagen, no el verbo.

* Crítico de arte. Fue docente del Instituto de Investigaciones Estéticas de la Universidad Nacional de Colombia y curador del Museo de Arte Moderno de Bogotá.

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